sociedad
Político o ciudadano
Cuatro años. Ese es el tiempo en que mi proyecto de tesis de doctorado en Ciencias Políticas se ha desarrollado. Esta obra basada en entrevistas directas a aquellos políticos que han sido alcaldes de las capitales de provincia de Andalucía analiza el liderazgo político local. Extraídos su visión, sus recuerdos, sus acciones y su pensamiento sobre la responsabilidad de dirigir y gestionar una ciudad, se plasman distintas generaciones de primeros ediles que han vivido desde la transición local hasta los tiempos más recientes de la crisis económica y la irrupción de Podemos y Ciudadanos en la arena municipal.
Detrás de la realización de este trabajo existen muchas historias. Largas jornadas al frente del volante recorriendo Andalucía de un lado a otro, el contacto previo con los alcaldes en cuestión, horas al frente de la transcripción y una profunda traslación de lo contado por estos actores políticos a la obra académica. Mientras tanto, algunos académicos que se han acercado a este trabajo se han preguntado cuál es el interés de estudiar a simples y meros alcaldes. Parece ser que investigar la acción política local es una labor con poco glamour entre el gremio, como si llevar una ciudad fuera una tarea sórdida, fácil y sencilla. Quizá a algunos se les hayan empañado los cristales del despacho universitario tras tantas horas sin salir a la calle, a la vida cotidiana.
Entre las principales conclusiones que se encuentran presentes en la indagación sobre el estilo de liderazgo y las carreras políticas de los alcaldes hay una gran reflexión final. En España, el ejercicio de la alcaldía se mueve entre dos coordenadas. Si bien, el alcalde es más un ciudadano reclutado por el partido o si es un político propuesto para gestionar la ciudad. Si ese poder político y los intereses a los que responde proceden del ámbito social o de las estructuras orgánicas. He ahí el dilema presente en muchos de los líderes analizados y que de una forma u otra han encontrado destino variados según el papel que han decidido jugar dentro de esa disyuntiva.
Neomachistas asociados
Pulula por la red un decálogo para detectar a los sujetos que se oponen al feminismo. Esta declaración de los diez mandamientos de los bienintenciados que hocican con las exigencias del feminismo radical es un hito más de la escalada de esta pseudo-religión que penetra entre nuestras instituciones, nuestra sociedad y crea un discurso excluyente. Las feministas más fanáticas revisten como «machismo» a toda una suerte de valoraciones y juicios en las que son incapaces de distinguir el grano de la paja. Y así, los llamados «neomachistas» son mezclados con otras personas que simplemente nos negamos a sumirnos a cualquier ísmo que divida el mundo de forma maníquea.
El neomachismo huele a ginebra y lee a Hemingway. Viste camisa blanca, pantalón negro impecable y zapatos brillantes lustrosos. Su visión es aparentemente agradable para poder hacer convincentes unos argumentos de per se deleznables. El neomachista es sociológicamente de clase media o clase alta. Ejerce una profesión con su mente. Por eso llora por no haber trabajado en algún oficio manual. Un oficio de hombres. El neomachista observa a la mujer como un medio para la reproducción y el cuidado del hogar. Duda de la existencia del alma o de la racionalidad de la mujer encorsetada en un torbellino de Ipads y Ipods. El neomachista valora las sociedades y religiones donde la sumisión de la mujer es más factible en comparación con el mundo occidental. No es religioso, simplemente busca una forma práctica de esclavizar al otro sexo.
Este neomachismo es sutil. Expone sus argumentos de forma inocente. Entiende que en una sociedad dominada por el feminismo más fanático sus opiniones deben ser presentadas en foros reducidos, más propios de una secta que de un amplio movimiento social. El neomachista subsiste en el victimismo. Afirma que el feminismo es una forma de opresión del padre de familia. Oprimido por su mujer, por sus hipotecas y por un sistema que lo subyuga apropiándose de su sangre. En el fondo, el neomachista tiene su conciencia enferma, su alma corrompida y su voluntad fracturada por su propia incapacidad para realizarse a sí mismo. Mientras tanto, las feministas más extremas sólo están preocupadas por descifrar el posible mensaje político de La Bella y la Bestia.
Collado publica un artículo sobre la cultura política en Andalucía en la presente democracia
Francisco Collado presente el artículo con el título «El carácter andaluz durante cuatro décadas de democracia» en Nómadas: Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas. En 2015 se han cumplido cuarenta años de democracia representativa en España. A lo largo de este período, el desarrollo del Estado de las autonomías ha configurado un heterogéneo poliedro con distintas comunidades, identidades y formas de concebir la vida política en cada territorio. En el caso andaluz, han existido dos dinámicas en torno al imaginario de cómo son vistos y cómo se ven a sí mismos sus habitantes. Primero, una imagen negativa del andaluz promovida por algunos sectores de la opinión pública frente a otra positiva que destaca sus avances económicos, sociales y culturales. Segundo, un conflicto interno (a veces silencioso) entre las distintas identidades territoriales existentes en el interior de la comunidad. Ante esta variedad de opiniones, se presenta un análisis diacrónico de las identidades territoriales (europea, nacional, autonómica y local) y la cultura política andaluces a partir de los principales datos estadísticos del Centro de Estudios Andaluces, CIS e IESA.
Cincuentones peleones
Las chupas de cuero y la esencia a Varón Dandy eran el uniforme de guerra de los macarras en los ochenta. El personaje de Makinavaja «made in La Rambla» partiendo la pana es un capítulo de nuestra cultura patria. Esa cultura patria popular que se respira desde el barrio de Carabanchel hasta el Polígono Sur de Sevilla. Llegado el nuevo siglo parecía que las tribus de góticos y emos tomarían el testigo de la pseudo-criminalidad urbana invocando entidades extraplanares y celebrando oscuros ritos en honor a Shub-Niggurath. Ciertamente, ninguna de estas hipótesis se ha cumplido en la práctica. De la misma forma, que nadie viaja en los coches gravitatorios de Regreso al Futuro.
Realmente, el nuevo cincuentón -soltero o divorciado- con infulas de macho español es el nuevo perfil del malote callejero. La alopecia prominente o el abandono de la virilidad presentan una imagen mítica de estos caballeros entrados en la senda del olvido. Ese olvido que sólo las películas de videoclub y la manta invernal pueden aportar. Aún así, esta senectud legendaria se resiste a ser desterrada a las páginas de la Historia y se rebela como cual quinceañero recién salido del instituto. Todavía, oh tú honorable cincuentón puedes liarte a ostias porque alguien te manchó la chaqueta, te miró por encima del hombro o cuestionó la propiedad que como hombre mantienes sobre tu chica (aunque sólo haga cinco minutos que la has conocido).
Esto que puede parecer una auténtica broma es la pura realidad. El arribafirmante tuvo ayer el placer de asistir a una pelea ilegal de gallos en el centro de una conocida ciudad. Desafortunadamente, los contrincantes no disponían del espacio adecuado -un ring, un coliseo romano o una simple calle con trozos de botellas rotas- para dar rienda a un duelo personal. Esta vieja costumbre decimonónica mantenida míticamente en Europa incluso después de la Segunda Guerra Mundial, vuelve a estar de moda en España entre los herederos de la movida madrileña. Cincuentagenarios y sexagenarios-dispuestos a darlo todo por mantener intacto su vaso de vermuth y a su argéntea compañera. Porque todavía les cuelgan sus dos galones heteropatriarcales.
Rebajas en las sombras
Es paradójico que el Banco Popular, comprado hace unas semanas al precio de un euro, por el Santander tenga este nombre. No es que esta entidad financiera haya sido la más «popular» en términos de «populus» o referirse al «pueblo». Al contrario. Sin embargo, si es inquietante observar cómo es la forma en que se ha planteado su adquisición por parte de las élites financieras cántabras, las principales de España y unas de las más potentes a nivel europeo.
Como se sabe, hubo una víspera. Y nos referimos a la reunión del Club Bilderberg en la que Ana Botín, cabeza de Santander, y Luis de Guindos, Ministro de Economía. Este encuentro idílico entre poder financiero y poder político tuvo lugar en un hotel en Virginia a miles de kilómetros de las fronteras españolas. Asumiendo que tendría que preparar un saneamiento de 7.000 millones de euros, se dispusieron los preparativos para que el Leviatán -el auténtico Leviatán- absorbiera a la banca del Opus Dei. Lo cual ha demostrado la calidad de nuestra democracia y la capacidad de subyugación del Estado sobre las corporaciones transnacionales. Ninguno.
Lo más siniestro es que todo esto se lleva a cabo en reuniones opacas, cuanto menos misteriosas. De instituciones que tienen una agenda propia más allá de la de los Estados y que pueden influir en los mismos. Como ha demostrado recientemente un intrépido sociólogo y periodista, Andrés Villena, en su libro ¿Cómo se gobierna España? (Editorial Comares) las élites ministeriales son ante todo representativas de grupos de intereses con nombres y apellidos. Lo cual nos lleva a preguntarnos hasta que punto nuestros ministros son representantes de los ciudadanos o delegados de deidades superiores.
¡Vistalegre y tanto!
Esta columna iba a dedicarse a analizar lo que hay en juego en el aquelarre de Podemos. Sin embargo, la vieja política es sólo jerga de hipócritas que prometen hacer que lo antiguo parezca nuevo. Hablemos de algo más interesante y suculento. Y es que, la maruja que el arribafirmante lleva dentro ha encontrado un espacio donde saciar toda su sed de curiosidad, morbo y miserias humanas. El auténtico experimento sociológico de ese programa de televisión, cuyo nombre ni cadena mencionaré, en el que los sujetos más excéntricos del planeta llamado España van a buscar: ¿compañía? ¿amor? ¿fin a su aburrimiento? ¿un nuevo animal para tu zoológico particular? ¿un perro o una perra a la que pasear bajo el apelativo de «pareja» o «Anastasia Steele»?
Con independencia del tono humorístico y de la autenticidad hipotética de las historias, sí es cierta una cosa, que son una muestra de las distintas tendencias en nuestra sociedad. Una sociedad que ya ha trascendido esa postmodernidad de la que hablaban Giddens y Beck y de esa ideología líquida de Bauman. Con independencia de que hayamos sufrido una de las crisis económicas, políticas y morales más profundas de los últimos tiempos, el hombre postmoderno avanza. El compromiso se elude, la comodidad se expande y los valores y las preferencias pueden ser tan finos como un hilo o tan gruesos como el fanatismo religioso, político, vegano o cual que otra cosa puesta en valor como capital simbólico por una persona.
No es que ya sea difícil mantener un hogar con el nivel de sueldos, la efusividad de los contratos y los precios de la luz, por mencionar algunas cuestiones. Es que además es cada vez más difícil que las parejas sean estables, o al menos que la psicología de sus miembros lo sean y la sociopatía no cale en lo profundo. El hedonismo en su más plena intensidad está presente en cada uno de nosotros y evitamos los esfuerzos por el prójimo, lo de ayer me aburre y hoy busco otra cosa que desecharé como un producto hipotéticamente reciclable. ¿Yo? ¿O usted? Vegano, animalista, feminista, multiculturalista, comprometido con tantas causas como fueren posible, encajándolas en la difícil y controvertida incoherencia del ser humano, postmoderno. Más ya se sabe, que el hedonismo no es buena causa, ahí está(ba) Roma, y llegaron los bárbaros. Bárbaros que hoy pueden llamarse Donald Trump, Brexit, Pablo Iglesias, Marie Le Pen o Daesh. Mientras tanto, que siga el circo para saciar el ansia de conocimiento.
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Las encuestas parecen dar buenas noticias a la formación naranja. Ese centro-derecha actualmente que antes era centro-izquierda. El paraguas bajo el cual se amparan socialdemócratas, liberales, socioliberales, neoliberales y liberal-demócratas. Una fauna variopinta en la que se funden las ideologías mas primigenias de la época decimonónica con la sonrisa amable a cuestiones como la igualdad de la mujer, el medio ambiente y otros temas que han sido generalmente capitalizados por la izquierda. Fuere como fuere Ciudadanos podría calificarse como la «tercera transición».
El supuesto éxito de Rajoy ha sido acabar con la crisis económica en España. Después de varios años de recortes, sangrías y suicidos pre-deshaucios, los conservadores presumen de haber sacado al país de la «recesión económica» de Zapatero. Las cifras de empleo aumentan y las cotizaciones a la Seguridad Social empiezan a situarse en cifras previas a la hecatombe. Como si la macroeconomía se tratase de fiel reflejo de la calidad de vida de las personas, los populares aplauden su falsa victoria. Y es que también Zapatero, al que el mismo Rajoy llegó a criticar por no bajar a la realidad de la microsociología, anunciaba el estado de la economía a partir de las calendas de cifras macroeconómicas.
El distópico futuro planteado en clásicos como Blade Runner no está tan lejos. La omnipresencia de las corporaciones, flujos de capitales y mercancías, multiculturalidad y la hibridación étnico-simbólica, la prestación de servicos hiper-especializados, sistemas avanzados de transportes, aeropuertos internacionales conectados en redes con otros centros geográficos y la velocidad continuada. Esas son las ideas que vienen a la cabeza cuando se piensa en algunas de las llamadas «ciudades globales», un concepto de la socióloga Saskia Sassen hace dos décadas y que tradicionalmente se ha aplicado al cuarteto de Nueva York, Londres, París y Tokio.
Dice un buen profesor, Josep Baqués, que tenemos los políticos que nos merecemos. Nuestros políticos son humanos, no extraterrestres ni criaturas de una dimensión alternativa. Proceden de nuestra misma sociedad, han estudiado en lugares -menos o más privilegiados-, comparten creencias religiosas ampliamente extendidas, han participado en actividades, clubes o asociaciones presentes en su entorno. En definitiva, han llevado a cabo un proceso de socialización existente en el seno de su sociedad. Un proceso de socialización que otras personas ajenas a la política, también han experimentado. Nuestra élite política es producida en casa, es un producto de manufactura artesanal. Su pensamiento, su forma de contemplar el mundo, sus acciones, la justificación de sus acciones y sus objetivos no son tan distintos a los que cualquier ciudadano tendría.