Empleo
Ciudadano Trump
El mundo ha gemido después de conocer el ascenso de Donald Trump como nuevo Presidente de los Estados Unidos. Las encuestas que daban la victoria a Hillary Clinton han fracasado y después de ocho años de los demócratas en la Casa Blanca se produce una alternancia republicana. Desde Bruselas, miran con ojos escépticos y desconfiados al flamante comandante en jefe, mientras las bolsas de distintos países empiezan a dar síntomas de ansiedad, entre ellas las del BBVA que tiene gran parte de su negocio en México.
La gente, sobre todo fuera del país, se preguntan cómo es que este señor con un discurso misógino, xenófobo y excluyente ha alcanzado a ser cabeza del ejecutivo. Incluso los manifestantes que hace unos días se han pronunciado frente a la Torre Trump están atónitos con tan díscola elección. Como dijo Fernando Savater este fin de semana, la democracia implica que tengamos compartir la cosa pública con otros ciudadanos menos agradables a nuestros oídos. Y eso es tanto lo bueno como lo malo, ya que la otra opción sería lanzar a estos sujetos fuera de las instituciones, lo que ya no sería ni democrático ni sano para una democracia que tiene que acoger incluso a las posiciones más extremistas en su seno.
La democracia americana se encuentra en un panorama de polarización social, donde el discurso de Donald Trump ha captado las esperanzas y los miedos de las clases baja y media. Sobre todo cabe pensar en los tradicionales trabajadores de las ciudades industriales como Detroit, lanzados al desempleo y a la carencia, que observan en el nuevo Presidente una luz al túnel de una situación, producida presumiblemente por los latinos y otras etnias que ocupan sus puestos de trabajo. No obstante, cabe observar hasta qué punto es realizable la agenda política que Estados Unidos pretende implementar con su nuevo ejecutivo y entre las cuales o son irrealizables o ya se han hecho antes.
Collado reseña un libro sobre la emigración en Extremadura
La obra titulada Turistas «paisanos», retornados y mayores: tres categorías a tener en cuenta en el futuro de las comunidades rurales José Antonio Pérez Rubio, Marcelo Sánchez Oro y Yolanda García García que estudia la emigración desde los municipios rurales extremeños durante las últimas décadas. Este estudio, que reseña Francisco Collado Campaña en el actual número de Anduli: Revista de Ciencias Sociales, realiza un estudio sugerente y con datos actuales sobre esta forma de turismo en la Comunidad Autónoma de Extremadura que José Antonio Pérez Rubio denomina bajo el nombre de “turismo paisano”. El interés en este fenómeno se basa en la demostración empírica de un contigente considerable de visitantes a los pueblos en ciertas épocas del año y la existencia de un turismo de carácter familiar similar en otros países europeos como Irlanda e Italia.
Durante la década de los sesenta y setenta, se produjeron distintos ciclos migratorio tanto en el interior como hacia el exterior de España. Y es que, el medio rural de Extremadura fue uno de los territorios que experimentó con intensidad este fenómeno de trabajadores y trabajadoras que se dirigieron en busca de oportunidades hacia los principales núcleos urbanos y burocráticos del país, especialmente Andalucía, Catalu- ña, Madrid y País Vasco. Tras varias décadas, estos emigrantes y las segundas generaciones de los mismos mantienen, en mayor o menor grado, un vínculo con su tierra a la que acuden periódicamente para recuperar el contacto con la comunidad rural.
Esta reseña se puede consultar en el siguiente enlace: <http://institucional.us.es/revistas/anduli/14/R_Turistas%20paisanos.pdf>.
Salida a los deshaucios
Personas que abandonan sus viviendas. O bien que sus casas las abandonan, o que pierden la batalla hipotecaria. Fuerzas de seguridad que protegen el derecho a la propiedad individual, pero que en realidad cuidan de la propiedad bancaria y finalmente, la calle o el suicidio. Esta es la teoría de juegos que explica la tragedia que vive una gran parte de la sociedad española. De lejos, se oyen las críticas de algunos que consideran que durante los últimos años se ha vivido por encima de nuestras posibilidades. Cierto, gentes que compraron segunda casa en Marbella y Benidorm, pero que nadie olvide a toda una generación que hace una década tuvo que comprometerse a pagar una hipoteca de treinta o cuarenta años, ganando un sueldo mileurista; ni de los jubilados que avalaron a sus hijos y los acompañan en el.
De esta combinación de jóvenes que pierden su empleo y el predominio de los bancos en esta tragedia nace el drama diario. La cuestión ahora, a parte de escuchar a neoliberales y meapilas que dicen que hemos vivido más de lo que ganábamos, es buscar una solución a este problema. Por un lado, se puede barajar la posibilidad de la dación en pago, es decir, entregar la casa ante la imposibilidad de seguir costeando la hipoteca por parte del inquilino. Sin embargo, esta alternativa es débil, ya que el ciudadano pierde su casa y el dinero que ha invertido en ella. Algo similar sucede con la opción del alquiler. Desde muchas tribunas se afirma que el alquiler es más habitual que la compra en propiedad en la Europa continental. O dicho de otra forma, la posesión de una vivienda es un derecho reservado a los más pudientes. Tampoco es lo más óptimo. El individuo debería tener derecho a tener su propia casa para garantizar un mínimo de bienestar, que no sea algo que no esté al acceso de las clases medias y populares.
Por tanto, una solución interesante sería expandir constitucionalmente el derecho a la vivienda e incluirlo entre los fundamentales. De esta forma, podríamos aproximarnos al modelo alemán. Además, sería necesario corregir esta tendencia de la policía a cuidar más por la propiedad de los bancos que de las personas. Los bancos son una parte importante del sistema. De acuerdo, pero deben estar al servicio de los ciudadanos, y si no, ponerlos legislativamente a su colaboración y no convertirse en lo que son: mercenarios financieros.
Lisboa, ciudad del desasosiego
En el delta del Tajo. Descansa oscura, estrecha, laberíntica y triste, la capital lusitana. También en sus grandes espacios urbanos abiertos al mar y al comercio se vislumbran atisbos de luz. Breve esperanza. Éste es el carácter de la ciudad de Lisboa, en la que dice un refrán que llena de tanto optimismo a sus visitantes que al abandonarla todo se vuelve desesperanza. Probablemente, hay algo de razón en el conocido «desasosiego» del poeta Fernando Pessoa. Y aquí es donde el arribafirmante ha tenido la fortuna de volver por segunda vez y de caer en la más suma añoranza tras la vuelta.
Políticamente, Portugal es un país orgulloso de sus instituciones y de su historia. Nada que ver con la crispación española, ni con el rencor de la Castilla profunda. A diferencia de nuestro país, la sociedad lusa no padece una alta tasa de paro ni grandes subidas de precio. Sin embargo, el Estado ha tenido que recortar considerablemente las políticas sociales e incrementar el IVA. No escasean desde las llamadas a la revolución hasta los carteles de protesta por los impuestos en cualquier bar o cafetería. Un ambiente muy distinto al que existía hace un año antes de las últimas iniciativas políticas.
Sin embargo, Portugal está cumpliendo bien su papel en la Unión Europea. Al menos, a ojos de la Alemania de Merkel y de los mercados. Cada vez más, los pueblos mediterráneos o lo que los economistas centroeuropeos llaman PIGS se están convirtiendo en vasallos de los países del Norte europeo. Y llegará un momento, en que el orgullo de estos pueblos se sentirá más que herido y responderá de una forma contundente. Nadie quiere ser la Grecia de la crisis económica, pero todos los antiguos bárbaros de Europa intentan trazar una línea histórica con la Atenas democrática para alabar la bondad de sus sistemas. La historia no es un retal que se descose a partes mejores o peores, la historia es un continuum que al final se acaba repitiendo de una forma u otra. De hecho, ya se está produciendo el IV Reich tan autoritario como siempre, pero tan sofisticado como nunca.
La huida de España
El barco español se hunde. Mientras tanto, otros navíos toman el relevo de lo que se está llamando “fuga de cerebros” o inmigración de jóvenes españoles. Sin ninguna oportunidad en un país, donde el paro supera la cuarta parte de la población activa, se reduce la inversión en I+D, aumentan los precios de los productos básicos y los desahucios están a la orden del día. No es de extrañar que muchos capacitados y preparados estén haciendo las maletas, cuando otros ya las han abierto en sus nuevos destinos.
Hace una década, la sociedad española manifestó su preocupación por el tema “inmigración”. Sin recordar que hace treinta años, los emigrantes españoles se fueron a Francia, Alemania y Suiza, entre otros países. Ahora son los mismos los que vuelven a emigrar a otros lugares. Cuando Argentina y Chile enviaban inmigrantes a España hace quince años, somos ahora nosotros los que nos estamos marchando. De hecho, indican fuentes oficiales que el mes pasado más de 20.000 españoles llegaron a tierras chilenas.
Sin embargo, no todo son malas noticias. La clase política y empresarial están de celebración. Entre tanto inútil de diputado –disculpen, pues alguno habrá eficiente- y de patrono inculto, se echan a dar palmas porque los que pueden poner su posición en duda ya no estarán. España volverá a ser ese país no atrasado, si no subnormal que siempre ha gustado ser en los dos últimos decenios. Enhorabuena al Gobierno.
La tecnocracia de Rajoy
El Ejecutivo ya ha cumplido su misión final y esperemos que así sea para deslegitimar sus votos. Subida del Impuesto del Valor Añadido y modificación de la progresividad del IRPF. Con ello, Rajoy termina de demostrar la sintomatología de su esquizofrenia tiránica que ni representa a los españoles, ni a Europa, sino que nos convierte en un títere de la tecnocracia europea. España no es más que una provincia cual antigua Spania bizantina o Hispania Romana de la banca autocrática de Alemania.
La auténtica derecha, la derecha dura y conservadora, pide sacrificios a los borregos para mantener el status quo de la clase política y bancaria. Ella, auténtica enfermedad terminal de España y de su sociedad, si la situación no cambia por el azar o por el esfuerzo del pueblo español que ha sido el único que ha sacado a este país adelante, ya sea expulsando a franceses a tiro limpio o pidiendo el paso a una democracia.
Este Gobierno tiene los días contados, o los tendrá la sociedad. Nunca jamás antes desde el franquismo ni en los años del socialismo hipócrita de Zapatero, se ha vivido situación tan ardua y dura. Y no lo dice el escribiente, son palabras que subraya de grandes plumas como las de Pérez-Reverte o Roberto Centeno. Columnistas no estrictamente de izquierdas que han apoyado el cambio de los inútiles que llevan las actuales carteras ministeriales. Lo que tenemos ahora no es más que una tecnocracia de petimetres.
Una ley de transparencia para evitar reproches
El mínimo común denominador de la entrada de los dos últimos Gobiernos ha sido el olvido del empleo en el corto plazo. Cuando los populares han entrado al poder han marcado la puesta en orden de las cuentas públicas como prioridad. Una labor que se está saldando a golpe de recortes, simbólicas subidas en las pensiones e incrementos en los impuestos para curar la depresión estatal.
En primer lugar, si el lema de la campaña popular en Andalucía reside en la creación de empleo. ¿Dónde están las primeras respuestas del central homólogo a su fomento? Así, ha quedado claro que la renovación del mercado laboral tendrá que efectuarse dentro de los límites que impongan los últimos cálculos públicos. Dicho de otra forma, una pérdida de poder adquisitivo de los pensionistas y las clases medias y populares por la subida de impuestos, aumento de los impuestos de carburantes que contienen virus inflacionistas y una condonación de la deuda de los municipios y gobiernos autonómicos.
En segundo lugar, la campaña electoral andaluza va a tomar como referencia los recortes que afectarán a todo el territorio español. Los populares aducen que las cuentas que encontraron al entrar en Moncloa, no se corresponden realmente con las que informaron los socialistas en el traspaso de poderes. Estos últimos dicen que es un invento del nuevo gobierno para justificar sus tijeretazos. La cuestión está en que beneficia a ambos este malentendido, unos para reprochar el engaño de las cifras, y los otros para recordar el peligro del doberman con los derechos sociales.
En definitiva, las Cortes podrían haber dispuesto una normativa administrativa con consecuencias penales en su incumplimiento para garantizar la transparencia en el intercambio de competencias. Ahora bien, está claro que el bipartidismo prefiere saldar estas diferencias en la arena política como un tema de campaña, y no como lo que realmente es, una cuestión básica de la limpieza jurídica de cualquier Estado liberal.
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