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Lisboa, ciudad del desasosiego
En el delta del Tajo. Descansa oscura, estrecha, laberíntica y triste, la capital lusitana. También en sus grandes espacios urbanos abiertos al mar y al comercio se vislumbran atisbos de luz. Breve esperanza. Éste es el carácter de la ciudad de Lisboa, en la que dice un refrán que llena de tanto optimismo a sus visitantes que al abandonarla todo se vuelve desesperanza. Probablemente, hay algo de razón en el conocido «desasosiego» del poeta Fernando Pessoa. Y aquí es donde el arribafirmante ha tenido la fortuna de volver por segunda vez y de caer en la más suma añoranza tras la vuelta.
Políticamente, Portugal es un país orgulloso de sus instituciones y de su historia. Nada que ver con la crispación española, ni con el rencor de la Castilla profunda. A diferencia de nuestro país, la sociedad lusa no padece una alta tasa de paro ni grandes subidas de precio. Sin embargo, el Estado ha tenido que recortar considerablemente las políticas sociales e incrementar el IVA. No escasean desde las llamadas a la revolución hasta los carteles de protesta por los impuestos en cualquier bar o cafetería. Un ambiente muy distinto al que existía hace un año antes de las últimas iniciativas políticas.
Sin embargo, Portugal está cumpliendo bien su papel en la Unión Europea. Al menos, a ojos de la Alemania de Merkel y de los mercados. Cada vez más, los pueblos mediterráneos o lo que los economistas centroeuropeos llaman PIGS se están convirtiendo en vasallos de los países del Norte europeo. Y llegará un momento, en que el orgullo de estos pueblos se sentirá más que herido y responderá de una forma contundente. Nadie quiere ser la Grecia de la crisis económica, pero todos los antiguos bárbaros de Europa intentan trazar una línea histórica con la Atenas democrática para alabar la bondad de sus sistemas. La historia no es un retal que se descose a partes mejores o peores, la historia es un continuum que al final se acaba repitiendo de una forma u otra. De hecho, ya se está produciendo el IV Reich tan autoritario como siempre, pero tan sofisticado como nunca.
El rescate llega y el IVA engorda
La prima de riesgo aprieta y ahoga. Aunque no estemos a la profundidad de Portugal, el que se vende como modelo de rescate a seguir. Con un aumento de los recortes sin precedentes, la implantación del copago sanitario y este fin de semana, el aumento de las cotizaciones a la seguridad social. Miren ustedes, el Estado se convierte en un negocio poco rentable mucho aprieta, poco hace y nada aporta. Y es que, se rumorea que ya se están abriendo las cuentas de las presentes cotizaciones para pagar las pensiones de jubilados y desempleados.
El futuro imaginado está aquí. Rajoy que tanto criticó de Zapatero no es más que un bucle de su predecesor. Mano dura, silencio ante los medios y seguir los pasos de una Europa distópica. Una sociedad perfecta donde Merkel se convierte en la dama de hierro comunitaria y garantiza a todos la felicidad. O dicho de otra forma el “german way of life”, contratos de pocas horas pagados con salarios basuras.
Mientras tanto, nuestro IVA alcanza la obesidad morbida gracias al sobrepeso que le entregó el PSOE y su raquítico compañero el Sueldo Mínimo Interprofesional mantiene una draconiana lejanía con la primera. En el mercado común europeo, no hay competencia desleal, pero acaso no debemos cuestionar que los Estados miembros ofrecen distintos productos con una competencia abismal.
La huida de España
El barco español se hunde. Mientras tanto, otros navíos toman el relevo de lo que se está llamando “fuga de cerebros” o inmigración de jóvenes españoles. Sin ninguna oportunidad en un país, donde el paro supera la cuarta parte de la población activa, se reduce la inversión en I+D, aumentan los precios de los productos básicos y los desahucios están a la orden del día. No es de extrañar que muchos capacitados y preparados estén haciendo las maletas, cuando otros ya las han abierto en sus nuevos destinos.
Hace una década, la sociedad española manifestó su preocupación por el tema “inmigración”. Sin recordar que hace treinta años, los emigrantes españoles se fueron a Francia, Alemania y Suiza, entre otros países. Ahora son los mismos los que vuelven a emigrar a otros lugares. Cuando Argentina y Chile enviaban inmigrantes a España hace quince años, somos ahora nosotros los que nos estamos marchando. De hecho, indican fuentes oficiales que el mes pasado más de 20.000 españoles llegaron a tierras chilenas.
Sin embargo, no todo son malas noticias. La clase política y empresarial están de celebración. Entre tanto inútil de diputado –disculpen, pues alguno habrá eficiente- y de patrono inculto, se echan a dar palmas porque los que pueden poner su posición en duda ya no estarán. España volverá a ser ese país no atrasado, si no subnormal que siempre ha gustado ser en los dos últimos decenios. Enhorabuena al Gobierno.
La tecnocracia de Rajoy
El Ejecutivo ya ha cumplido su misión final y esperemos que así sea para deslegitimar sus votos. Subida del Impuesto del Valor Añadido y modificación de la progresividad del IRPF. Con ello, Rajoy termina de demostrar la sintomatología de su esquizofrenia tiránica que ni representa a los españoles, ni a Europa, sino que nos convierte en un títere de la tecnocracia europea. España no es más que una provincia cual antigua Spania bizantina o Hispania Romana de la banca autocrática de Alemania.
La auténtica derecha, la derecha dura y conservadora, pide sacrificios a los borregos para mantener el status quo de la clase política y bancaria. Ella, auténtica enfermedad terminal de España y de su sociedad, si la situación no cambia por el azar o por el esfuerzo del pueblo español que ha sido el único que ha sacado a este país adelante, ya sea expulsando a franceses a tiro limpio o pidiendo el paso a una democracia.
Este Gobierno tiene los días contados, o los tendrá la sociedad. Nunca jamás antes desde el franquismo ni en los años del socialismo hipócrita de Zapatero, se ha vivido situación tan ardua y dura. Y no lo dice el escribiente, son palabras que subraya de grandes plumas como las de Pérez-Reverte o Roberto Centeno. Columnistas no estrictamente de izquierdas que han apoyado el cambio de los inútiles que llevan las actuales carteras ministeriales. Lo que tenemos ahora no es más que una tecnocracia de petimetres.