monarquia

Compi yogui

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El tiempo libre es un interesante espacio de socialización. El gimnasio, las clases de pintura, las lecciones de costura, el campo de golf y las clases de yoga son lugares abiertos al ocio donde se conoce a gente de todo tipo. Desde la que puede ser tu novia hasta tu futuro cuñado, ¿quién sabe? Así fue como la Reina Leticia tuvo el placer de tomar contacto con Javier López, consejero de la constructora OHL. Y es que, nadie niega que este señor pueda ser un tío muy majo con el que vas a tomarte unas copas a la coctelería más chic en el barrio de Bilbao o a pasear los niños juntos.

Nadie juzga a sus amigos. Es cierto. Y es que, la Casa Real no se puso del lado de Urdangarín cuando saltó su escándalo. Otra cosa es lo que se hubiera hecho tras bambalinas. El año pasado cuando salió a la luz el tema de las tartejas black, López fue uno sobre los que recayó la acusación. Y ahora, los juzgados han estrechado las riendas sobre él mismo en relación a la red de financiación ilegal que mantenía Ignacio González, ex Presidente de la Comunidad de Madrid junto a su hermano.

La simbiosis entre élite política y económica en escándalos de corrupción es algo siniestro. Y si se añade la visión que nuestra reina, Leticia, una plebeya nacida en plena democracia mantiene con respecto a los turbios asuntos en los que están implicados sus coleguitas es mejor hablar de otra cosa. Cada vez más, España se parece a una siniestra distopía futurista en la que los poderes están cada vez más imbrincados los unos con otros. Nadie le niega a nuestra Reina su libertad de opinión. Ya otra cosa, es del lado de quién está la supuesta princesa del pueblo.

Algo huele a podrido en España

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Apenas queda nada para que “Juanca” o Juan Carlos I se jubile apaciblemente de su dura vida como monarca. En estos momentos, es cuando la institución de la carencia de responsabilidad política empieza a manifestar sus síntomas. O mejor dicho, la sintomática y errónea actitud de nuestro rey. Como enanos debajo de las setas, empiezan a aparecer una procesión de bastardos e hijos ilegítimos que requieren que se conozca a su verdadero padre. Cuestión esta baladí, más si estos aspirantes a usurpadores pretenden pillar algo de pastel financiero de la Casa Real que tan barata nos sale a los españoles y las españolas.

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Sin embargo, no es eso quizá lo más grave de la actividad de nuestro monarca. Cacerías de paquidermos aparte y comisiones especiales a empresarios españoles son la punta del iceberg de lo que nuestra opinión pública tiene derecho a conocer. Para que no se haga memoria de la historia, ni la historia se escriba por parte de las élites ajenas al pueblo español, lo que quizá si debiera de aclararse es conocer realmente cuál fue la participación que tuvo Juan Carlos I en el golpe de Estado del 23-F, en el que un grupo no muy reducido de militares insurrectos aspiraba a acabar con nuestra democracia parlamentaria.

Dicen las malas lenguas y los rumores -que a veces algo de verdad encierran- que el monarca participó como uno de los autores intelectuales del 23-F. De hecho, un reciente libro de Pilar Urbano así lo certifica, y es que, no estaría de más que algunos documentos clasificados probablemente en alguna oficina de nuestros servicios de inteligencia o en alguna institución opaca salieran a la luz para que pudiéramos juzgar con verdaderos criterios la labor de la monarquía en pos de la democracia. Pues, que quiere que le disga, una democracia no es la campechanía de su monarca ni sus correrías nocturnas entre Casas de Campo y féminas de la aristocracia. Si la institución no sirve o es contrario a nuestra democracia, que se deponga.

Horas bajas

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La monarquía sigue siendo nuestra institución intocable. Dícese de la fruta prohibida del árbol de la ciencia del bien y del mal. Este paraíso de la poca democracia que nos queda en el que hablar de monarquía o república es una cuestión vedada para la ciudadanía y donde criticar a determinados poderes alcanza el grado de blasfemia. Una demostración de que aún quedan signos de autoritarismo en nuestra democracia y que se quiera o no, la institución real por el hecho de tener una composición hereditaria y no electa, es un reducto del pasado dictatorial de España.

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Queda manifiesto que la abdicación y por tanto, la sucesión de un monarca por otro es algo que se sitúa en la normalidad de su institución. No se entrará en este texto a valorar si república o monarquía, sino más bien a defender el derecho de todos los ciudadanos y por tanto, de los medios de comunicación de criticar a la monarquía, por ser la libertad de expresión el derecho de los ciudadanos para valorar, juzgar y criticar la labor de los poderes y de las instituciones. Instituciones electas y especialmente aquellas que no son electas, por su manifiesto claro anti-democrático.

Por tanto, es un crimen contra la democracia, contra la libertad de expresión, lo que ha acontecido en la redacción de El jueves hace unos días. La dimisión en cadena de Manel Fontdevila, Albert Monteys, Paco Alcázar, Manuel Bartual, Bernardo Vergara, Guillermo e Isaac Rosa ante la decisión de RBA de retirar la portada en la que Juan Carlos hacía entrega de una pútrida corona al heredero Felipe. Este hecho, es una violación de libertades propia de repúblicas bananeras, de regímenes bolivarianos y poco oportuno de países que se digan democráticos. Ahora no es el momento de remover la monarquía, pero sí es el momento de meditar en relación a los miembros de tan feudal estructura cuál es el lugar que ocupan como parte de los poderes.

Balance del trece

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penduloAunque hace unos meses, las estadísticas oficiales sostenían que se estaba creando empleo, el día a día no ha cambiado para la mayoría de la sociedad. Puede que la promesa electoral de Rajoy hablase del pleno empleo en el sentido matemático de la palabra. Y es que, ya se sabe que desde que empezó la gran mentira en 2008, la única preocupación de nuestros gobernantes –independientemente del color- ha sido una buena presentación de números. Sin embargo, el sujeto sigue perdido entre sobres rapaces y gambones ugeteros que no estarán en muchas mesas navideñas.

Juanca sin cambios recordará la importancia de la institución monárquica. Una institución que independientemente de que vulnere los derechos de igualdad, representa –por su familia- a todo un ejemplo del “typical spanish”. Un abuelo que no quiere irse, un hijo a la espera de pillar el puesto en la empresita del padre, una hija corrupta, un yerno que mejor no salga en las fotos y unos sobrinos que a falta de Playstation se dedican a dispararse unos a otros con rifles de posta. Eso sí, se nos olvidaban los chalecitos en Barcelona y Mallorca.

Mientras tanto, nuestra democracia cada vez más prostituida. Desde sus bases hasta la cúspide, con dos partidos del sistema que caen en picado a la espera de ser devorados por las pirañas. Entre ellos, el depredador del populismo y que cada cual lea esta palabra como le apetezca, pues lo cierto es que los populistas se acusan mutuamente de serlo. Curioso, ¿verdad? Es difícil mirarse en el espejo.

Por lo demás, España sigue siendo un país feliz. No ha cambiado gran cosa, sólo se ha acentuado lo que ya teníamos. Y ahora cabe preguntarse qué pedirle al nuevo año. Algunos estarían gustosos de un conflicto armado. Cataluña, bolcheviques y desmembración de la unidad pensarán algunos de la vieja guardia, del búnker. Lo peor, es que seguimos sin darnos cuenta que la nuestra, es una sociedad de oportunistas. Catalanes o vascos, castellanos o gallegos, andaluces o levantinos, tenemos el mismo ingrediente.

Monarquía a juicio

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images (1)La institución de la Corona es y será objeto de juicio. No es que la infanta Cristina esté imputada o que su marido hubiese usado los contactos que provee la agenda real para el caos Nóos. Ya no es una cuestión de personas, ya que de todos es sabido que los Borbones no saben hacer la «o» con un canuto. El dilema en sí tampoco es algo que deba decidir un juez. Muy al contrario, es la sociedad y la opinión pública la que debiera reabrir el debate sobre si deseamos una monarquía o una república como sistema político.

Monarquía es una palabra que ha gozado de especial cuidado por nuestra democracia. La figura del Rey goza de inviolabilidad en la carta constitucional. De forma que ningún tribunal ni poder judicial podrá nunca tocar al monarca haga lo que haga. Por lo que se le exime de una responsabilidad política que «de facto» tiene y ha jugado en distintas ocasiones el mismo Juan Carlos. Cuando movía hilos para acercarse a Franco o retirar a su padre de la vida pública para convertirse en heredero. Bien cuando jugaba a dos bandas con los golpistas del 23-F y unos políticos leales, pero acongojados por la situación que se venía encima en aquella noche tejerina. O muy bien, cuando ha invertido la friolera suma de 500.000 euros para mantener a su concubina Corinna cerca de palacio, ya saben para a media noche pasarse a dar una vuelta a ver si a su inquilina se le ha roto algún cuadro o no sabía cuál era la dirección de Cuenca.

Si nuestra monarquía no puede ser una ejemplar, como lo es la figura de los Orange en Holanda o la misma institución en Reino Unido, entonces es hora de pasar página a este viejo invento feudal. La sociedad española, se dice, no está preparada para una república porque bien ha fracasado en multitud de ocasiones y generalmente por falta de una cultura política de lealtad al Estado. Una lealtad que en su día no respetaron los militares, ni los políticos de todo color, ni casi nadie. Aunque esta decisión dual entre rey o república sea una espada de doble filo, si realmente hay tantas personas deseosas de la segunda quizá este sea el momento de dar un paso adelante. Aún así, falta confianza y lealtad en el Estado. Dejar a un lado ese emblema patriótico que parece es sólo de la derecha y esa oposición bolchevique que se ejerce desde sectores antisistema de la sociedad.

Todos corruptos

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corrupciónAlemania anima a Rajoy a que afronte el caso Bárcenas. Y es que, esta recomendación es un chiste. Una mera anécdota si se tiene en cuenta que el gran mal de la sociedad española es la ausencia de honradez y ética pública. No hay estamento de la cúspide social que esté limpio de la mancha del latrocinio. Para empezar, el mismo partido del Gobierno está implicado en un lucrativo negocio por el que el ex Tesorero popular repartía sobres mágicos entre la directiva del partido. Mariano, De Guindos y otros antiguos sospeschosos del Gurtel tienen empapadas sus manos en la masa. Tampoco olvidemos a la señora Mato que fue mimada con el pago de confeti para su cumpleaños y con algún obsequio de Vuitton. La única respuesta que hemos recibido de estos señores es a Rajoy escondido tras una cámara y diciendo que él no sabe nada de lo que se cocía en Génova 13.

Si continuamos, ERES de la Junta de Andalucía aparte, está el espectáculo de la Fundación Ideas, donde su director y su mujer se repartían el pago a una investigadora fantasma, la conocida Amy. Una chica que igual escribía un artículo sobre política internacional que preparaba los seminarios de la entidad. Un bochorno que deja por los suelos y avergüenza la labor de muchos docentes e investigadores universitarios que a diario trabajan por la innovación. No siempre tan bien pagada como pudo disfrutar esta afortunada. Por eso, es absurdo considerar este caso como una minucia con todo el daño que supone para las fundaciones y organismos destinados a la investigación. Si bien, podemos excusar que se trataba del «chiringuito intelectual» de un partido político donde la transparencia se fue de vacaciones hace un tiempo.

Mientras sucede todo esto, la mitad de la sociedad se ocupa de estigmatizar a la clase política. Y tienen razón en ello, pero olvidan que los representantes del supuesto interés general no son los únicos implicados. También está el papel de la monarquía. Esos Borbones que tanto enseñaron en Nápoles y que se fueron haciendo escuela de la «cosa nostra». Así, tenemos a las hijas del Rey haciendo negocios fantasmas para dilapidar dinero público cuya única utilidad va a llenar las cuentas suizas de Urdangarín y sus colaboradores. Para no aburrirse, «Juanca» igual se marca unos penaltis con Corina que se dedica a cazar elefantes.

¿Y quién paga todo esto? La sociedad española, cuya tasa de suicidios por impago de la hipoteca y pérdida del hogar aumenta conforme disminuyen las deudas de los bancos. Esta semana han llegado las desafortunadas muertes de distintos ciudadanos en Cártama y Córdoba. El problema ya no es la crisis, es la corrupción que afecta a todas las instituciones de España, hablemos de partidos políticos, monarquía y otros organismos. Sin embargo, la clase política no tiene nada que decir al respecto, sólo esconderse tras un televisor y decir que está muy ocupada negociando en Europa. Los últimos datos del CIS ya adelantan esta caída de la credibilidad de los políticos, y eso si tenemos en cuenta que las encuestas se realizaron antes de la reciente entrada del caso Bárcenas en la agenda.

Los Borbones vuelven a las andadas

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Los presuntos casos de corrupción de Urdangarín y otros miembros de la Casa Real están a la orden del día. En esta, la nuestra democracia ibérica, la corrupción no es un invento de la clase política. Ni mucho menos, este suceso debe ayudarnos a reflexionar quiénes han sido los maestros de depravación a lo largo de nuestra historia. Y sin dudas, estos señores los descendientes de la estirpe francesa de los Bourbon.

Tras la Guerra de Sucesión, los Borbones se instalaron en España procediendo a la única política razonable que ejercieron: la de centralización. Después de eso, continuaron las generaciones de déspotas, inválidos, pendencieros, tiranos, puteros y moldeables gobernantes. Podemos citar la cesión de la corona a Bonaparte, la vuelta al absolutismo de Fernando VII, la España de la Restauración y la huída de un monarca cuyo pueblo no lo quería. Éstas han sido las grandes obras que los Borbones han dejado para el pueblo español.

Y ahora, en medio de la vorágine económica, encontramos a un miembro de la familia real y unos políticos populares desviando dinero público para satisfacer los gastos monárquicos. Entre las casas monárquicas más transparentes se pueden citar las de Inglaterra y Holanda. Pero claro, no podemos pedirle lo mismo a esta suerte de absolutistas reconvertidos en corruptos de poca monta. Como decían en Nápoles: “Se fueron los Borbones, y nos quedó la cossa nostra”.