Horas bajas
La monarquía sigue siendo nuestra institución intocable. Dícese de la fruta prohibida del árbol de la ciencia del bien y del mal. Este paraíso de la poca democracia que nos queda en el que hablar de monarquía o república es una cuestión vedada para la ciudadanía y donde criticar a determinados poderes alcanza el grado de blasfemia. Una demostración de que aún quedan signos de autoritarismo en nuestra democracia y que se quiera o no, la institución real por el hecho de tener una composición hereditaria y no electa, es un reducto del pasado dictatorial de España.
Queda manifiesto que la abdicación y por tanto, la sucesión de un monarca por otro es algo que se sitúa en la normalidad de su institución. No se entrará en este texto a valorar si república o monarquía, sino más bien a defender el derecho de todos los ciudadanos y por tanto, de los medios de comunicación de criticar a la monarquía, por ser la libertad de expresión el derecho de los ciudadanos para valorar, juzgar y criticar la labor de los poderes y de las instituciones. Instituciones electas y especialmente aquellas que no son electas, por su manifiesto claro anti-democrático.
Por tanto, es un crimen contra la democracia, contra la libertad de expresión, lo que ha acontecido en la redacción de El jueves hace unos días. La dimisión en cadena de Manel Fontdevila, Albert Monteys, Paco Alcázar, Manuel Bartual, Bernardo Vergara, Guillermo e Isaac Rosa ante la decisión de RBA de retirar la portada en la que Juan Carlos hacía entrega de una pútrida corona al heredero Felipe. Este hecho, es una violación de libertades propia de repúblicas bananeras, de regímenes bolivarianos y poco oportuno de países que se digan democráticos. Ahora no es el momento de remover la monarquía, pero sí es el momento de meditar en relación a los miembros de tan feudal estructura cuál es el lugar que ocupan como parte de los poderes.