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¿Una nueva edad oscura?
En la historiografía europea, el concepto «Edad Oscura», alude a una serie de siglos que se sitúan en el tránsito desde la Edad Antigua hacia la Edad Media. Este término poco optimista se agrupó a raíz de una serie de episodios que desestabilizaron las tradicionales estructurales de poder institucionalizado. La fragmentación del poder imperial, las invasiones de pueblos nórdicos, esteparios y musulmanes y la creación de unidades políticas en una escala de alcance local. Con todo ello, no era de extrañar que por aquel entonces los cristianos creyesen que el fin del mundo se acercaba conforme llegaba el primer milenio.
En un reciente twitter de Cospedal, aseguraba que no hay educación ni sanidad pública, sino hay seguridad. Es cierto. La acólita de Rajoy se ha convertido en heraldo de los cuatro jinetes en un tiempo de incertidumbre donde las tradicionales estructuras de poder como los Estados Unidos, gobernados por un presidente populista, o Reino Unido guiado por la insegura batuta de los conservadores caminan hacia una desagregación del poder al nivel nacional. La otrora floreciente Unión Europea, convertida en un feudo de los mandatarios alemanes, y minada por el desacuerdo populista apenas presenta mayores señales para el positivismo.
Tampoco faltan en nuestro tiempo, no ya invasores, sino actores internos capaces de desestabilizar el frágil equilibrio entre libertad y seguridad. El terrorismo islamista, o aquel que alude a alguna legitimación coránica, está a la orden del día como el nuevo peligro para la civilización europea. Sin duda, y salvando las distancias, podríamos hablar de un nuevo episodio de oscurantismo cimentado por la desconfianza en los representantes políticos y el inminente peligro desestabilizador. Un enemigo interno y otro externo dispuestos a erradicar el estilo de vida occidental.
La colonia española después del Brexit
El referéndum anglosajón manifiesta la respuesta positiva a su salida de la Unión Europea. Hacía ya algunos años, que entre la población de mayor edad en Reino Unido existía un deseo de abandonar el gobierno de Bruselas. Entre las razones sostenidas se encuentran principalmente que no existía un beneficio neto para este país sobre su permanencia.
Se debe recordar que los ingleses siempre entraron a la Unión Europea con un estatus especial como condición para quedarse al igual que su compañero de andanzas, Dinamarca. Y es que, en los setenta y ochenta existían aires propicios para acceder al mercado europeo. La década de los noventa cambió el contexto y el saldo real era negativo, ya que debían respetar ciertas imposiciones comunitarias. No obstante, ni laboristas ni conservadores estaban preparados en aquel momento para plantear una salida del tratado. El sentimiento estaba presente ahí desde hacía más de una década, pero necesitaba que los partidos políticos tomaran esa demanda como propia. No ha sido hasta la campaña de Cameron en 2015 y el ascenso del UKIP que este problema se ha convertido en un “tema” dentro de la agenda institucional.
Una vez canalizado por las fuerzas políticas, el problema ha sido pasado al referéndum. Un ejercicio democrático del que muchos países del Sur de Europa quisieran disfrutar, aunque fuera con mayor periodicidad de lo habitual. Finalmente, el Brexit ha sorprendido a europeos y no europeos, a inversores y no inversores con su aprobación. La pregunta que surge es si los votantes del Brexit y los políticos ingleses se han preguntado que pasará en España, donde existen dos cuestiones. Primero, la considerable cantidad de ingleses que viven en España -aprovechando los acuerdos en materia de libre circulación, ciudadanía europea y pensiones- en lugares como Andalucía, Valencia y Baleares, entre otros. Segundo, el estatus de la colonia británica de Gibraltar que ahora debe mover ficha entre si establecer una frontera ordinaria -no europea- o si prefiere optar por algún acuerdo de integración, sea de la naturaleza que sea, con España.