Movimientos sociales
El riesgo feminista
Hace unos días el arribafirmante escribió sobre los peligros del neomachismo. Si bien, en esta lucha maníquea entre movimientos que se oponen a la igualdad y sólo buscan la discordia entre los diferentes géneros, un papel clave lo juega el auge del feminismo radical. A grandes rasgos, el feminismo no es una única ideología sino que se divide en variantes como el liberal, el socialista, el étnico y el radical. Mientras el primero defendía los derechos de las mujeres, el segundo destacaba la opresión de las mujeres de clase trabajadora y el tercero el de las mujeres pertenecientes al mundo postcolonial.
Actualmente, el feminismo radical se arroga el monopolio sobre el discurso feminista, convirtiéndose en un pensamiento excluyente y etiquetando como «machista» a todas aquellas corrientes que no comparten la totalidad de sus puntos de vista. El feminismo radical culpabiliza al hombre por el mero hecho de serlo, lo feminiza en su forma de ser y lo funde bajo el signo del patriarcado. En última instancia, el fin de esta versión ultramontana del feminismo es presentar la supremacía de la mujer sobre el hombre como una supuesta y falsa igualdad.
No hay que engañarse. El feminismo radical no sirve a la mujer, ni tampoco al hombre. Ha desechado como motivo de su lucha otras causas en las que también está en juego la igualdad frente a la coacción: la violencia en los matrimonios homosexuales (tanto de hombres como de mujeres), la identidad transexual, el maltrato de los niños en el seno familiar, el maltrato del hombre en el hogar, el maltrato de los discapacitados y de las personas mayores por parte de su propia familia. El feminismo radical entiende que esta violencia no existe, que es mínima y que no puede ser comparada con la sufrida por la mujer. En definitiva, el feminismo radical es la gran traición -tanto como el patriarcado- hacia el propio ser humano.
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La transición local
La etapa de la transición política que celebramos esta semana comienza con la muerte de Franco en 1975, continúa con la posterior aprobación de la Ley de Reforma Política en 1977 y culmina con los grandes acuerdos como la Constitución de 1978, los Pactos de la Moncloa y el reconocimiento de las autonomías. Desde la academia, existen dos posturas sobre su interpretación. Por un lado, algunos autores consideran que los líderes políticos acometieron con una labor positiva al dejar a un lado sus diferencias ideológicas y cooperar en la estructuración del nuevo sistema político. Por otro lado, una serie de académicos consideran que la transición fue un proceso pactado entre las élites político-económicas que produjo una democracia imperfecta con una débil legitimidad.
Ambas visiones definen la transición española como un proceso pilotado por las élites nacionales, pactado entre ambas y continuista -en contraposición con la transición rupturista de Portugal- al emanar de la legitimidad del régimen anterior. Este foco de atención en el nivel nacional y en el autonómico ha dejado de lado el estudio y análisis de los gobiernos locales durante esta etapa.
Si la transición política empezó en 1975, las primeras elecciones municipales no se produjeron hasta abril de 1979. A grandes rasgos, los municipios estaban inmersos en una situación conflictiva. En primer lugar, coexistieron unas corporaciones locales con una legitimidad no democrática durante los cuatro primeros años de la Transición. En segundo lugar, la mayoría de los municipios estaban necesitados de una racionalización de los servicios públicos, especialmente en los núcleos urbanos desbordados por el crecimiento demográfico. En tercer lugar, la tensión existente entre la UCD y los partidos de la izquierda, PSOE y PCE, que reclamaban unos “ayuntamientos democráticos” debido al retraso de las elecciones locales. Una pregunta que falta responder en nuestra historia es si los ayuntamientos fueron claves o no en este paso hacia la democracia.
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El éxito de Podemos
La reciente encuesta de SIGMA 2 sitúa a Podemos entre los tres partidos con más intención de votos junto a la gran caída de PSOE y PP. Ante todo esto, cabe preguntarse cuál ha sido la fórmula del éxito de esta formación que nació en primavera del presente año, apenas a tres meses de las elecciones europeas y que consiguió cinco eurodiputados. Para ello, es necesario definir tres elementos fundamentales que les han separado de los tradicionales partido: el liderazgo de su creador, la estructura novedosa y su gestión de la comunicación política. Una tríada que debe ser analizada en el actual panorama de crisis política y económica que experimenta el país.
En primer lugar, Pablo Iglesias no es un sujeto que ha aparecido de la nada, sino que hablamos de un líder que ha acumulado capital simbólico a lo largo de los últimos años. Aunque para muchos españoles la figura de este profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid fuera la de un ciudadano cualquiera, no representa al ciudadano corriente de a pie. Al contrario, Iglesias es un politólogo académico y un miembro importante de los movimientos sociales de Lavapiés en los últimos cinco años. Asimismo, tiene una dilatada experiencia en análisis político a través de distintas consultoras y formaciones vinculadas a Monedero y Bescansa que realizan labores para gobiernos e instituciones de América Latina. A la par, para muchos politólogos es conocida la labor propagandística y nada objetiva de Iglesias a través del programa La Tuerka, usando las instalaciones de televisión y grabación del campus complutense. Por tanto, se trata de un capital simbólico acumulado a través de formación, conocimiento técnico e instrumentalización de medios públicos. Así, su liderazgo es directo, no consensuador y basado en un realismo político extremo.
En segundo lugar, la estructura del partido mantiene las formas de un movimiento social. Imitando al conocido 15-M y capitalizando algunos de los recursos organizativos y humanos de dicho movimiento, como sus antiguos miembros y redes; Podemos se ha retroalimentado con ellos. De hecho, parte de la literatura incendiaria del 15M contiene entre sus ideólogos a Monedero que actúa como auténtica “alma mater” del partido, siendo Iglesias la cara visible y el discípulo. Por lo que, el pretendido movimiento ciudadano que irrumpió en la política española en 2011 y 2012 ha quedado convertido en un medio a manos de Podemos. Lo que originariamente era un movimiento ciudadano ha pasado a convertirse en un partido político que no termina de adoptar las estructuras habituales. Al contrario, se mantiene en una posición híbrida entre un colectivo cívico y un partido atrápalo-todo (“catch-all-party”), haciendo difícil esa separación entre sociedad civil y política propugnada por Bergson y Popper y garantizando la afluencia de los votos en uno de los mayores momentos de volatilidad electoral en la España democrática.
En tercer lugar, la labor de comunicación política se apoya en las apariciones mediáticas de Iglesias como auténtico líder mediático y showman, aprovechando su gran peso e influencia. La cuestión no es simplemente que Pablo Iglesias sepa cómo tiene qué hablar delante de los medios para transmitir su mensaje. La cuestión es que tiene una sólida experiencia gracias a su participación en movimientos de izquierdas, la vida académica y como presentador del programa de La Tuerka. Esto le hace reunir en su habitus las actitudes y el control de distintos campos (político, mediático, universitario, etc.). De esta forma, el lider de Podemos reúne las características necesarias para capitalizar esta coyuntura política y aprovecharlas en una mejora del redito electoral de su formación.
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El ocaso de las instituciones
Decir que el liderazgo político en particular y la política en general, alcanzan sus horas más bajas, no es una afirmación nueva. No es un conocimiento añadido. Ni mucho menos una noticia. Pocos son los líderes que a día de hoy gozan de una valoración no ya positiva, sino que al menos alcance un aprobado según los barómetros del CIS. Todo ello dentro de una época donde en lugar de la política de consenso que debiera primar y se echa en falta, se ha pasado de la política de la crispación a la política de la tribu. Puertas cerradas, olor a cerrado y cada cual con su progenie.
Si se observa la valoración de los líderes que han ocupado el poder ejecutivo en España se demuestra que existe una caída continuada según señala Estefanía y otros intelectuales, desde 2004 hasta la actualidad en las personas que han ocupado dicha institución. De esta forma, la pésima valoración de Rajoy es parte de la herencia recibida del anterior Presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero. Sin embargo, no se debe entender esto como la «herencia» de la que hablaba Mariano en sus primeros días tras las elecciones de 2011. Esta herencia maldita no tiene como causa única de la gestión de los socialistas desde 2004 hasta 2008. Al contrario, el principal factor que incide en su creación es la tónico y el estilo de liderazgo que se ha ejercido hasta la actualidad, muy distinto al de los primeros años de la democracia que debía basarse en el consenso y el diálogo.
En base a dicha herencia, se observa como la pérdida de confianza no se produce ya simplemente en el individuo, sino también en la institución que ocupa, como es el caso de la Presidencia del Gobierno. Durante mucho tiempo la Ciencia de la Administración ha intentado separar sujeto y estructura, cuando se observa que la dinámica de los integrantes de las instituciones afecta directamente a la confianza que se profesa hacia la misma. De esta forma, se pierde confianza no ya sólo en la misma política, sino en la misma capacidad de organización formal del ser humano, y promoviendo otros métodos informales como los círculos de personas y las concentraciones espontáneas. Esto indica que está llegando el ocaso de la política y el albor de la anti-política en torno a liderazgos mesiánicos.
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Podemos cagarla
El giro que está tomando actualmente IU produce rechazo al arribafirmante, en especial por plantear un regreso al antiguo modelo económico defendido por la formación. Pese más o pese menos, el desencanto con el bipartidismo y la crisis económica son dos factores que han jugado, juegan y jugarán a favor del aumento de la intención de voto hacia la izquierda auténtica. Por lo que, es de esperar que este partido incremente su éxito en las próximas elecciones europeas de 2014 y las generales de 2015.
Aunque este panorama parecía augurar un buen resultado a IU, de repente aparece un nuevo líder con capacidad para competir con este grupo político. Se trata del periodista y presentador del programa La Tuerka, Pablo Iglesias, que desde hace unos días con el apoyo de los movimientos sociales, se ha atrincherado en el barrio de Lavapies. Desde esta posición, aspira a reunir un total de 50.000 firmas como aval moral para comprometerse a concurrir con una lista propia a los comicios al Parlamento Europeo.
Iglesias no es cualquiera. Se trata de un liderazgo social y políticamente construido a partir de los medios de comunicación y las redes. Este líder no integrado aún en el aparato político, decide usar su capital simbólico entre seguidores y simpatizantes para hacerse un hueco en el mercado político. Esto va a tener serias consecuencias por la fragmentación de votos que puede producir con respecto a IU, así como fenómenos de volatilidad bastantes perjudiciales para Cayo Lara.
En el momento en el que la izquierda verdadera, dejando a un lado el PSOE, puede unirse para cosechar un éxito mayor. Sin embargo, aparece un demagogo, que guste más o menos, aportar un liderazgo construido con el paso del tiempo y eso es un producto político bastante comercializable. Todo eso lleva a que la auténtica izquierda puede cagarla.
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Demagogia
Sostienen algunos pensadores, entre ellos Platón, que cualquier sociedad humana que base su funcionamiento en la participación está abocada al fracaso. O dicho de otra forma, la democracia es una fórmula de gobierno que entraña grandes riesgos, la tiranía de la mayoría. En esta afirmación se puede extraer una certeza y un error. Por supuesto, que la democracia entraña riesgos contra la misma libertad de los sujetos. Sin embargo, no es la tiranía de la mayoría la que gobierna, al contrario, es la tiranía de una minoría oportuna que aprovecha la coyuntura democrática en su beneficio.
En un repaso a la historia española, se observa como la revolución y la rebeldía son una excepción. No hubo revolución liberal, lo que hubo fue Guerra de Independencia. Más tarde, el escaso logro fue eliminado por la clase gobernante, por la monarquía. Unos doscientos años después aproximadamente, una serie de movimientos sociales vuelven a reclamar un cambio de actitudes y estructuras. El comportamiento corrupto de nuestra clase política y unas instituciones que están dejando de cumplir con las funciones que se les atribuyeron.
El movimiento social empieza a llenar las calles, las plazas y parece que la juventud se activa. Independientemente de género, religión, etnia o consigna política, la sociedad está de acuerdo en que debe producirse una transformación. En pocos días, los conservadores tachan al movimiento de alborotadores y los populistas bajan a la plaza para aprovechar el púlpito. El demagogo sustituye al ciudadano libre. El movimiento se politiza y lo que era un instrumento de protesta se convierte en una herramienta al servicio de los populistas. Fin del movimiento.
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Asociaciones, cerrado por crisis, abierto por caridad
Comenta Fernando de la Riva la dura situación actual que atraviesan las asociaciones y los colectivos sociales. Es fundamental observar como las asociaciones junto con la empresa privada se han convertido en agentes de las políticas públicas de la Administración, pero a un costo más bajo y muchas veces aprovechando su carácter no lucrativo. Esto ha producido que las asociaciones sean tratadas de forma desigual, prevaleciendo aquellas que comparten los planteamientos técnicos e ideológicos de los programas que cada gobierno desea impulsar en su municipio, autonomía, etc. Dicho de otra forma, se han establecido redes clientelares entre poderes públicos y asociaciones que comparten unos mismos temas y unas mismas soluciones en la agenda política.
Una vez se inicia la crisis, los colectivos han perdido fuelle ya que se recorta el gasto público. Y opuestamente a toda lógica, el Estado aspira a que algunas de las antiguas políticas sean desarrolladas por estos agentes de la sociedad civil con menos recursos de los que disponían antes. Por ejemplo, las políticas sociales intentan ser sustituidas por políticas de caridad por parte de ONGs religiosas y dedicadas a la solidaridad. Lo que produce un empobrecimiento de las políticas sociales y las convierte en simples acciones de caridad que no tienen un deseo de perpetuar una mejora considerable de los más desfavorecidos a largo plazo, sino que sólo aspira a una solución en el corto.
Por tanto, si la situación no cambia, nos acercamos probablemente a una época de corporativismo. Dicho de otra forma, una etapa en las que sólo las grandes organizaciones y fundaciones cercanas al poder y a la empresa privada serán detentarias de llamarse agentes de la sociedad civil, ya que las pequeñas y medianas ONGs habrán quedado marginadas ante la falta de presupuesto, de voluntariado y la competencia que realizan las otras con mayor capacidad de actuación.
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La cercanía de los partidos al 15-M
La comparación de los programas de PSOE, IU y UPyD expresa una mayor lejanía del primero hacia los indignados, especialmente en la colaboración público-privada en el sistema financiero y el camino hacia un modelo electoral “a la alemana”. Por su parte, IU y UPyD manifiestan una menor distancia hacia las propuestas del 15M debido a que plantean grandes similitudes en la reforma del sistema electoral, la reforma de las cajas de ahorros y las alternativas al aumento de la edad de jubilación.
Un análisis de las declaraciones de los directores de campaña en las últimas elecciones muestra como el PSOE profundizó más en atraer a los indecisos y marcar diferencias con el PP. Mientras que UPyD buscó más el voto del descontento entre los dos grandes e IU rentabilizar la volatilidad a la izquierda del PSOE. Tanto UPyD como IU, reconocen abiertamente haberse inspirado en las propuestas del 15M. Aunque la primera denunció a IU como “demagogia acercándose al movimiento” y ésta respondió aduciendo que los indignados no votan a una única opción.
El análisis de programa manifiesta una mayor cercanía de UPyD e IU al movimiento 15M y la menor del PSOE. Si bien es una tarea ardua aclarar cuál de los dos se ha acercado más a los indignados, el análisis hemerográfico desvela el intento de UPyD por mostrar a IU como más próxima a los indignados y a ésta por definirse como independiente de la intención de voto de los mismos. No obstante, sería preciso un análisis más profundo y de tipo cualitativo para determinar si es una diferencia de grado, o más bien son matices.
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Desmayo del 15-M, muerte de la representación
Hace unos días Zapatero participó en su último Debate del Estado de la Nación como Presidente. Lo que debería ser una reflexión y un balance de la gestión realizada en el último curso político, se convirtió en una cita social de la clase política socialista. Donde José Luis aprovechó para despedir de forma melancólica los que serán los mejores años de su vida, la etapa más destructiva de la economía española para el resto de los españoles. En las afueras del Congreso, ningún ciudadano miembro del 15-M fue para despedirlo, o para abuchearlo.
Sobre este Debate del Estado de la Nación se ha dicho de todo. De hecho, el movimiento del 15-M ha intentado hacer un simulacro de auténtico debate de la ciudadanía. Una respuesta legítima a lo que en el Congreso es más una charla entre diputados de uno y otro color que no tienen nada nuevo que decir ante la desfachatez de Zapatero. Desafortunadamente, este intento de debate popular murió por inercia propia.
Esta realidad demuestra dos conclusiones sobre la movilización de las plataformas 15-M y Democracia Real Ya. Por un lado, que en las democracias contemporáneas las prácticas participativas son más difíciles de poner en práctica cuanto mayor es el número de los integrantes del diálogo. Es el límite demográfico, de número, de imposibilidad organizativa de millones y millones de personas en la práctica efectiva. Por otro lado, que este no es el fin que debiera mantener el 15-M, sino hacer hincapié en las fracturas de la práctica de la representación política. La que hemos visto morir por enésima vez en esta jornada política con Zapatero, sus aduladores y sus detractores.
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