Desmayo del 15-M, muerte de la representación
Hace unos días Zapatero participó en su último Debate del Estado de la Nación como Presidente. Lo que debería ser una reflexión y un balance de la gestión realizada en el último curso político, se convirtió en una cita social de la clase política socialista. Donde José Luis aprovechó para despedir de forma melancólica los que serán los mejores años de su vida, la etapa más destructiva de la economía española para el resto de los españoles. En las afueras del Congreso, ningún ciudadano miembro del 15-M fue para despedirlo, o para abuchearlo.
Sobre este Debate del Estado de la Nación se ha dicho de todo. De hecho, el movimiento del 15-M ha intentado hacer un simulacro de auténtico debate de la ciudadanía. Una respuesta legítima a lo que en el Congreso es más una charla entre diputados de uno y otro color que no tienen nada nuevo que decir ante la desfachatez de Zapatero. Desafortunadamente, este intento de debate popular murió por inercia propia.
Esta realidad demuestra dos conclusiones sobre la movilización de las plataformas 15-M y Democracia Real Ya. Por un lado, que en las democracias contemporáneas las prácticas participativas son más difíciles de poner en práctica cuanto mayor es el número de los integrantes del diálogo. Es el límite demográfico, de número, de imposibilidad organizativa de millones y millones de personas en la práctica efectiva. Por otro lado, que este no es el fin que debiera mantener el 15-M, sino hacer hincapié en las fracturas de la práctica de la representación política. La que hemos visto morir por enésima vez en esta jornada política con Zapatero, sus aduladores y sus detractores.
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