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Traidores

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traidoresQuizá lo recuerden de anteriores episodios como «España no sufre una crisis» o «Sólo era una recesión». Su nombre es José Luis Rodríguez Zapatero, el Presidente del Gobierno bajo cuya etapa aparecieron nuevas temporadas como el aumento del paro, el descrédito político y otras novedades. El flamante y último líder del PSOE, porque no ha habido nadie hasta el momento que haya detenido la sangría desde el auto-decapitado Pérez Rubalcaba hasta el último militante de la agrupación de Villamargosa de los Frailes, si es que este pueblo existe, ha aparecido para apadrinar a Susana Díaz. La presidenta autonómica como indiscutible elegida por las altas divinidades de la socialdemocracia española.

El PSOE parece tener una enfermedad extraña. Es incapaz de detener su eterno enfrentamiento interno, pero sí dispone del ritual adecuado para determinar quién es el «elegido» que guiará a las masas. Al parecer, esta tradición recientemente instaurada, ya que el creador de la tercera vía no tuvo que pasar por dicho trance, consiste en contar con el visto bueno de Felipe González, Alfonso Guerra y Zapatero. Si la Santísima Trinidad de los socialistas no se aparece en milagrosa estampa cual efigie comprada de recuerdo en Fátima o Lourdes, no hay nada que hacer. Ahí está Pedro Sánchez peregrinando sin que ninguno de los que antes le apoyaban, incluido el señor Iceta, se acuerde de él. Tan sólo unos compañeros de base que intentan hacerle un hueco en las «agrupas» de barrio donde Díaz no es tan bienvenida.

Rajoy le hace la cama al PSOE, González se la hace al candidato a la Secretaría General y Zapatero echa unas palmas. Aquí están los Reyes Magos que todo militante socialista desea tener -o no, porque realmente no les dejan hablar- en su casa. ¿Está viviendo acaso el PSOE sus últimas horas? ¿Hasta qué punto los acólitos hispalenses, corazón de la socialdemocracia española, van a consentir estas jugadas que pervierten toda regla de la democracia representativa con tal de que Díaz llegue a Madrid? ¿Quién guardará el granero andaluz? Tantas preguntas y una sola respuesta: hambre de poder. Y como siempre, latiendo desde el corazón de la centralista ciudad sevillana.

The only one

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NAC50. MADRID. 23/07/2012.- El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante la jura o promesa del nuevo Presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Gonzalo Moliner Tamborero, y los nuevos magistrados del Tribunal Constitucional, Andrés Ollero, Juan José González Rivas, Encarnación Roca y Fernando Valdés Dal-Ré. EFE/Ballesteros ***POOL***

Rajoy ya ha comunicado que se presentará de nuevo como candidato para la presidencia del Partido Popular. El catch-all-party de los conservadores españoles con una estructura presidencialista y un sistema de selección de su ejecutivo configurado por los compromisarios es una de las mejores máquinas de gobernabilidad intrapartidista que existe en el sistema de partidos españoles. Su organización está dispuesta de forma que el presidente nacional dispone directamente de una gran cantidad de información y poder de decisión sobre su continuidad o no. De esta forma, sólo su decisión de abdicar en el cargo o no renovar, produce el cambio saludable de élites a nivel nacional en este grupo político.

La carrera política de Rajoy no es muy distinta a las de otras personalidades entre los populares. Lo que comenzó con un concejal en Pontevedra, pasando por distintos cargos parlamentarios tanto a nivel autonómico como nacional, culminó durante el Gobierno de Aznar en su elección como ministro. De ahí, dio paso a la pugna con Esperanza Aguirre por el liderazgo del partido y finalmente se consolidó durante la segunda legislatura de Zapatero como el indiscutible líder de la oposición.

Casi diez años después, Rajoy aspira a ser el candidato al poder ejecutivo para las próximas elecciones, que debido a la inestabilidad del parlamento es posible que se adelanten. Con independencia de las posturas de la baja valoración de su liderazgo, el popular persiste en su intento tenaz por acceder a una tercera legislatura como Presidente del Gobierno. Lo que sí es cierto es que ni los partidos en Estados Unidos ni en muchos otros países de Europa los candidatos a dirigir una fuerza política están sometidos a un control tan laxo por su propio partido.

El ocaso de las instituciones

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Decir que el liderazgo político en particular y la política en general, alcanzan sus horas más bajas, no es una afirmación nueva. No es un conocimiento añadido. Ni mucho menos una noticia. Pocos son los líderes que a día de hoy gozan de una valoración no ya positiva, sino que al menos alcance un aprobado según los barómetros del CIS. Todo ello dentro de una época donde en lugar de la política de consenso que debiera primar y se echa en falta, se ha pasado de la política de la crispación a la política de la tribu. Puertas cerradas, olor a cerrado y cada cual con su progenie.

Si se observa la valoración de los líderes que han ocupado el poder ejecutivo en España se demuestra que existe una caída continuada según señala Estefanía y otros intelectuales, desde 2004 hasta la actualidad en las personas que han ocupado dicha institución. De esta forma, la pésima valoración de Rajoy es parte de la herencia recibida del anterior Presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero. Sin embargo, no se debe entender esto como la «herencia» de la que hablaba Mariano en sus primeros días tras las elecciones de 2011. Esta herencia maldita no tiene como causa única de la gestión de los socialistas desde 2004 hasta 2008. Al contrario, el principal factor que incide en su creación es la tónico y el estilo de liderazgo que se ha ejercido hasta la actualidad, muy distinto al de los primeros años de la democracia que debía basarse en el consenso y el diálogo.

En base a dicha herencia, se observa como la pérdida de confianza no se produce ya simplemente en el individuo, sino también en la institución que ocupa, como es el caso de la Presidencia del Gobierno. Durante mucho tiempo la Ciencia de la Administración ha intentado separar sujeto y estructura, cuando se observa que la dinámica de los integrantes de las instituciones afecta directamente a la confianza que se profesa hacia la misma. De esta forma, se pierde confianza no ya sólo en la misma política, sino en la misma capacidad de organización formal del ser humano, y promoviendo otros métodos informales como los círculos de personas y las concentraciones espontáneas. Esto indica que está llegando el ocaso de la política y el albor de la anti-política en torno a liderazgos mesiánicos.