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The only one
Rajoy ya ha comunicado que se presentará de nuevo como candidato para la presidencia del Partido Popular. El catch-all-party de los conservadores españoles con una estructura presidencialista y un sistema de selección de su ejecutivo configurado por los compromisarios es una de las mejores máquinas de gobernabilidad intrapartidista que existe en el sistema de partidos españoles. Su organización está dispuesta de forma que el presidente nacional dispone directamente de una gran cantidad de información y poder de decisión sobre su continuidad o no. De esta forma, sólo su decisión de abdicar en el cargo o no renovar, produce el cambio saludable de élites a nivel nacional en este grupo político.
La carrera política de Rajoy no es muy distinta a las de otras personalidades entre los populares. Lo que comenzó con un concejal en Pontevedra, pasando por distintos cargos parlamentarios tanto a nivel autonómico como nacional, culminó durante el Gobierno de Aznar en su elección como ministro. De ahí, dio paso a la pugna con Esperanza Aguirre por el liderazgo del partido y finalmente se consolidó durante la segunda legislatura de Zapatero como el indiscutible líder de la oposición.
Casi diez años después, Rajoy aspira a ser el candidato al poder ejecutivo para las próximas elecciones, que debido a la inestabilidad del parlamento es posible que se adelanten. Con independencia de las posturas de la baja valoración de su liderazgo, el popular persiste en su intento tenaz por acceder a una tercera legislatura como Presidente del Gobierno. Lo que sí es cierto es que ni los partidos en Estados Unidos ni en muchos otros países de Europa los candidatos a dirigir una fuerza política están sometidos a un control tan laxo por su propio partido.
Sacrificio
Hace ya algunos meses que esta pluma -o con más propiedad, tecla- ha permanecido de vacaciones. Pudiera parecer que el silencio ha invadido al escribiente, mientras el torbellino político hacia dónde se dirige España sigue girando sin parar. Al contrario, ha gustado más de actuar como espectador anónimo a este disparate. Y es que, para empezar este curso no hay nada más acertado que una lección de Lengua Española, no vaya a decirse que somos unos iletrados. La palabra “sacrificio” aparece con ocho entradas en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua y en su primera definición se muestra como “ofrenda a una deidad en señal de homenaje o expiación”. Nada más oportuno para interpretar la dimisión de Pedro Sánchez como Secretario General del PSOE.
Ahora sólo cabe preguntarse a qué divinidad sacrosanta han entregado el alma política de un líder que ha cumplido lo que dijo: su negativa perpetua a la investidura de Mariano Rajoy. Desde un punto de vista táctico, la eliminación del Secretario General era y será una efeméride a celebrar para muchos. Entre los populares, porque era la auténtica roca que evitaba la formación de un gobierno estable con el Presidente del Gobierno más corrupto que hemos tenido hasta el momento. Para la lideresa Susana, que es como el perro del hortelano que ni come ni deja comer, la oportunidad para seguir teniendo un nuevo títere en Madrid para hacer lo que ella dijera. O acaso, algún insensato ha llegado a plantearse la posibilidad de que Díaz aspire a la Secretaria General. Sería absurdo asumir tantos riesgos en un partido fragmentado desde la diplomática retirada de Zapatero.
Se puede dudar de que esa deidad carnívora sea Susana Díaz o Mariano Rajoy. Más bien, hablemos de los auténticos poderosos como Felipe González y sus amigos que se reúnen en lo salones del Ibex-35. Es probablemente entre estos corredores donde encontremos la verdadera respuesta a tan inquietante misterio. Y más aún cabría mencionar a los tecnócratas de Bruselas, nerviosos por mantener la estabilidad de España. Recuerden que es una de las principales economías de la zona Euro. Y definitivamente, por bien de la economía hemos decidido -o los socialistas- han decidido dar un carpetazo a la democracia interna y seguir con sus pugnas cainitas de toda la vida, pero a lo grande. La pregunta es, si tanto interés había por la economía, ¿por qué nadie sugirió la dimisión de Zapatero cuando negó la existencia de una crisis económica a todo un país? Misterios del sincretismo político.
Tráiganme ese millón
Las elecciones del 26-J, esa especie de segunda vuelta que nuestros partidos necesitaban ante su incapacidad de llegar a un acuerdo, se han saldado favorablemente. Se han saldado favorablemente para el sistema cooptado por los conservadores. Los mercados vuelven a funcionar y la precariedad vuelve a estar a la orden del día en el empleo, el sistema de Seguridad Social y el bienestar público. Los escándalos de corrupción vuelven a estar al amparo tras la cortina de humo, mientras una especie de liberales -difícilmente cabría al arribafirmante llamarlos así- pueden campar a sus anchas entre las lagunas de la legislación y el posterior vacío de una parte del erario público.
La corrupción política se ha legitimado frente al miedo al populismo de izquierdas. Ambos demonios del sentido común y motivadores de ese voto al miedo que ha hecho que votantes liberales, socio-liberales y social-demócratas de Ciudadanos y PSOE, hayan dado su confianza a los populares, o más bien dicho, a Mariano Rajoy. Experto como lo fuera Javier Arenas en repetir fracasos electorales tantas veces como fuera necesario hasta que le tocase la lotería, aunque al segundo nunca le tocase nada. No es que el problema fuesen los conservadores en sí, pues todos tenemos derecho al libre pensamiento y la actividad política, sino su líder que es todo lo contrario de un ejemplo a seguir en política.
Mientras tanto, el PSOE ha conseguido evitar el “sorpasso” y mantenerse como la primera fuerza en la izquierda a la par que su socio, Ciudadanos, ha quedado convertido en una especie de pequeño vestigio de lo que podría llamarse una nueva Unión de Centro Democrático. Ahora bien, lo más preocupante de todo esto es observar cómo un sector del electorado acusa a los comicios de “pucherazo” por los buenos resultados de la derecha y el batacazo de Unidos Podemos. Señores y señoras, ¿dónde estaba ese millón de votantes que se ha abstenido y que eran parte de su apoyo electoral? Como siempre, nuestra sociedad sigue sin ver la viga en el ojo ajeno a la par que los votantes populares se creen ahora legitimados para hacer y deshacer a su antojo. Les recuerdo que no han conseguido mayoría absoluta y que su candidato, actual Presidente en funciones, tendrá que hacer malabares para ser investido. La política vuelve a la normalidad y los extremos ideológicos regresan al monte.
Cambio ideológico por mutación partidista
El cierre de la fallida investidura de Pedro Sánchez y su heraldo naranja ha dejado una clara conclusión. Los partidos se han desplazado en la arena ideológica durante esta coyuntura de cambio político que algunos han venido en denominar la “Segunda Transición”. Aunque es cierto, que si es una transición sabemos desde donde, el bipartidismo, pero no terminamos de avistar donde acaba en un horizonte marcado por la división de los grupos políticos entre la izquierda y la derecha. Siguiendo esta lógica, los distintos partidos políticos se han asentado en determinadas arenas electorales de las cuales consiguen sus apoyos, no siendo las mismas que hace unos años.
A grandes rasgos, nuestro panorama político quedaría dividido de la siguiente forma. Un Partido Popular que se convierte en el gran partido a la derecha acogiendo tanto a conservadores como a elementos extremistas y que aún intenta, aunque de forma fallida pescar en el centro-derecha. Un centro político marcado por PSOE y Ciudadanos que de forma acertada captan el voto tanto del centro-izquierda como del centro-derecha, especialmente ese centro-derecha hastiado del liderazgo de Rajoy acosado por los escándalos de corrupción y el desgaste. A la izquierda de los socialistas, queda un amplio espacio ganado por Podemos y en el que coexisten pequeñas fuerzas como Izquierda Unida, Compromís, En Marea y En Comú-Podem. Finalmente, quedarían los partidos nacionalistas tradicionales que han visto disminuir su cuota, a excepción de PNV y ERC.
Este trance político continúa a fechas de hoy, tras que el monarca haya instado a los candidatos a abrir nuevas negociaciones. Sin embargo, esta italianización de la política que deja espacios estancos claramente definidos viene acompañado de la incapacidad de los partidos para llegar a un acuerdo. Si bien, ya ha empezado una guerra fría entre Podemos y PSOE para tender lazos a través de la mediación de las fuerzas de Compromís e Izquierda Unida. Ahora cabe esperar si el programa de centro propuesto por Sánchez y Rivera es capaz de incorporar demandas desde la izquierda y contar el apoyo de estos partidos. Lo que no cabe lugar a dudas es que Rajoy es innegociable, pero que el tampoco está dispuesto a negociar su salida de la arena política.
Cambio retrasado
El acuerdo entre el Partido Socialista Obrero Español y Ciudadanos ha irrumpido con fuerza esta semana. Ahora queda comprobar dentro de unas semanas, si finalmente se produce la investidura de Pedro Sánchez y si Ciudadanos entra en el ejecutivo como obviamente cabría esperar. Más allá de lo que suceda, ya que sería necesaria la abstención de Partido Popular o de Podemos para que se pudiese completar, es interesante observar cómo se muestra el electorado de cada uno de los partidos a este pacto que un gran sector de la opinión pública podría calificar de “antinatura”, especialmente los conservadores, socialistas (reales) y partidarios podemitas.
Según una reciente encuesta de Metroscopia, hasta la mitad de los votantes populares son partidarios de que se vote a favor o se produzca una abstención en la investidura. Así como también se desglosa que la cúpula popular está necesitada de una renovación profunda e intensa. Lo que no se resuelve con un comité de sabios en tres cuartos de hora como se ha visto con la puesta en escena de esta semana. También, la mitad de los socialdemócratas se manifiestan positivamente con la abstención o el voto a favor tanto de populares como podemtas. No obstante, el dato interesante viene de parte de los votantes de Pablo Iglesias, siendo un 43% los que se manifiestan a favor del apoyo de los populares y un 56% del apoyo de Podemos.
La pregunta qué se debe hacer es por qué más de la mitad de los partidarios de la formación morada se muestran tan favorecedores de este apoyo a un gobierno de centro-izquierda y centro-derecha. Disculpen que el escribiente no crea en el centro como algo posible. Obvimente, no es que los votantes de Pablo Iglesias crean en el “recambio” como se bautizó a los naranjitos. Al contrario, una legislatura conjunta de PSOE y Ciudadanos puede plantearse como una coyuntura en el corto plazo. Un gobierno siempre pendiente de un débil hilo que podría ser cortado en cualquier momento a través de una moción de censura conjunta del PP y Podemos, favoreciendo el surgimiento de un nuevo horizonte para formar otros posibles gobiernos.
Gran coalición
Las negociaciones de Pedro Sánchez han quedado anuladas tras la pinza de Ciudadanos y de Podemos. O con uno o sin ninguno, según arguyen Rivera e Iglesias. Lo que ha seguido después es los gustos por las coaliciones, siendo mayoritaria la coalición Ciudadanos y socialistas para los votantes de ambos partidos y de socialistas y podemitas para estos últimos. Ni la clase política es capaz de ponerse de acuerdo, ni tampoco la sociedad civil tiene muy claro con qué amigos quieren que sus representantes vayan a formar gobierno. Hasta hace uno meses, nuestro electorado rezaba un mantra sobre el milagro, la proporcionalidad política y el fin de la crisis y llegados a la hora de la verdad, todo vuelve a la dinámica cainita y crispante del español medio.
Aunque, ya se ha dicho. Nuestra nueva clase política tiene menos capacidad de diálogo que la que estuvo al frente durante la Transición. Ahora que se habla de una “segunda transición” y de la necesidad de un gobierno de concentración entre las distintas fuerzas parlamentarias. Sea como fuere, este fin de semana ha salido a la luz un pueblo castellano, Santa Cruz de Mudela, donde populares y socialistas se han alternado en el gobierno municipal durante un mandato. Y cuidado, porque el argumento de “PPSOE” no sirve para este caso, en el que los alcaldes de ambas fuerzas se han visto acosados continuamente por sus respectivas ejecutivas.
La cuestión es que necesitamos una gran coalición. Un gran pacto. Quizás surge la pregunta de si cambiando algunas cabezas, se podría hacer más factible el acuerdo. A fin de cuentas, las negociaciones entre grandes partidos políticos no dejan de ser en gran medida, el resultado del trabajo de personas individuales que son los líderes políticos y que a través de sus compromisos interpersonales consiguen compromisos nacionales. Sin lugar a dudas, Podemos y PP representan dos partidos necesitados de una rápida renovación de sus líderes.
Desc(g)astados
La dificultad para la formación de un gobierno está inmersa entre bambalinas. Los distintos postulantes, entre ellos Mariano Rajoy y Pedro Sánchez han hecho sus apuestas para formar gobierno. Entre las posibles fórmulas que se han dado cabe mencionar la gran coalición PP, PSOE y Ciudadanos y la coalición de izquierdas de PSOE, Podemos e IU. Esta última combinación un auténtico espectáculo de fuegos artificiales de Pablo Iglesias sin haber consultado previamente con el líder socialista. Las intrigas son justas, justificadas y hasta necesarias para producir un ejecutivo con suficiente estabilidad para producir los cambios, sean en una dirección u otra, correspondientes con las expectativas de la ciudadanía. Cosa distinta son las fanfarrias que son directamente proporcionales el desgaste de los petimetres ante la opinión pública.
Mientras algunos desean hablar de carteras y otros esperan a que ocurra un milagro mariano, otros líderes en un segundo plano han mejorado su valoración ante el electorado según una reciente encuesta de Metroscopia. Rajoy, Sánchez e Iglesias engrosan la lista de los “fiambres políticos” que han experimentado una caída de su valoración. A la par, Albert Rivera, Eduardo Madina, Soraya Sáenz de Santamaría y Susana Díaz han mejorado su valoración ante los votantes. Por lo que la “nueva política” no tiene porque venir necesariamente a través de los nuevos partidos, sino de nuevos líderes. A la luz de estos resultados, los tradicionales catch-all-parties españoles requieren de una sustitución necesaria de sus líderes, especialmente entre los conservadores.
El caso de Pablo Iglesias servirá en años postreros para ilustrar los manuales de Ciencia Política. La casta se ha atragantado en su boca. Ha dejado de hablar de esa élite extractiva para convertirse en parte de ella. Ya no interesan las reformas tanto como los sillones a ocupar. Como en La Granja de Orwell, los cerdos se sentaban en la mesa para negociar con el granjero opresor hasta tal punto que no se distinguía a los revolucionarios de los explotadores. Ha pasado de la casta de los descastados a la casta para ser candidato al descas(r)te entre los líderes políticos del establishment. En síntesis, Iglesias puede que en breve pase a ser incinerado políticamente junto a sus dos compañeros de peripecias: Mariano y Pedro. Tiempo al tiempo.
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