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Geriátricos políticos
La carrera política en España tiene un recorrido multinivel. A grandes rasgos, el inicio se produce en el gobierno local, siendo alcalde o concejal con responsabilidades ejecutivas en el ayuntamiento. Al cabo de uno o dos mandatos, unos reducidos sujetos que han ejercido funciones en el ejecutivo municipal son promocionados como diputados autonómicos y/o nacionales. Bien se puede dar el caso, de ser primero parlamentario regional y posteriormente pasar al Congreso. Finalmente, el diputado puede formar parte del gobierno con un puesto como ministro o secretario de Estado. Y si la cosa sigue adelante, acabar en alguno de los conocidos cementerios de elefantes.
Los “geriátricos políticos” o instituciones dirigidas hipotéticamente a aprovechar el bagaje de estos profesionales son variados. Entre ellos, se encuentra el Senado, un lugar que puede servir tanto de premio por la labor desempeñada en el partido como una forma de deshacerse de elementos incómodos. La diplomacia es otro lugar donde aparcar a estos ancianos que comparten silla con la vieja aristocracia castellana. Ahí está el reciente Wert que ha acabado en París por destruir nuestro sistema educativo. Y como no, las instituciones europeas y supranacionales que suponen una forma de salida de lo que podría definirse la esfera del Estado.
Estos días se habla del caso del Yak-42 y de Ignacio Trillo. El Peter Baelish del aznarismo. El político perfecto que a todos cae bien y dispuesto a gestionar los temas más truculentos, taimados y sucios que necesite el príncipe. Parece que la justicia no alcanzará a Trillo después de regresar de su idílico exilio inglés, quien ya solicita ser integrado en el castizo Consejo de Estado que representa a la sociedad tanto como un simio al conjunto de los mamíferos.
Interludio de incertidumbre
“Certidumbre” ha sido una palabra presente en el discurso de valoración de los resultados de Rajoy en la sede de Génova. El canto de sirena que auspiciaba (y suplicaba) por un gobierno fuerte y estable que en todo caso será parte de una novela de ciencia ficción. Y es que pese a la distorsión del sistema D’Hondt, Podemos y Ciudadanos en menor grado han irrumpido con una fuerza inesperada en el Congreso de los Diputados. Mientras la mayoría no ha reparado que la cámara alta, el Senado, goza de una amplia mayoría de los populares. Por lo que, la decrépita derecha se guarda la capacidad de revisión normativa ante el legislativo y cualquier ejecutivo que se formase. Lo que plantea un horizonte totalmente nuevo en nuestra historia democrática.
Las promesas de Ciudadanos y Podemos en el ámbito de distribución territorial del poder han cobrado su peso en oro. La diatriba entre la recuperación de unidad territorial y una entrega absoluta a las demandas de fractura de España, es lo que Pablo Iglesias ofrece a sus secuaces nacionalistas para conformar un gobierno pentapartito, en el que el PSOE ya ha respondido claramente que no participará. A la par que Rivera traiciona su voto de castigo a los populares, facilitando una posible investidura del zombie político de Rajoy. ¿Es ésta la España que nos ofrecían las nuevas formaciones? Una cámara fracturada “a la italiana” con una enorme incapacidad de pactar para formar un ejecutivo que responda a los problemas de las personas. Y es que acaso, ¿los problemas de España se solucionan procediendo a una reforma constitucional y la celebración de consultas nacionalistas? Desgraciadamente, una cuota del poder político de Iglesias se ha pagado con su entrega a los separatistas como ya hizo en su día el PSOE de Zapatero que abrió la puerta a llamar churras a lo que son merinas, o “nación” a lo que quisiera ser un Estado.
Ya he advertido en numerosas ocasiones la sobrevaloración de las promesas políticas y los posteriores perjuiciosos efectos de la disonancia cuando el resultado no responde a esas expectativas. Si bien, una expectativa sí ha quedado satisfecha como es un poder político más proporcional, más equilibrado y más fragmentado. Pero veamos ahora si este tipo de configuración institucional puede llegar a algún lado con la capacidad de pacto que tiene nuestra cultura política. Lo repetiré una y otra vez, como se lo dije a Cristina Bescansa, no es la institución, es la actitud política la que nos lleva por unos derroteros y por otros. Pero estas izquierdas y estas derechas hacen oídos sordos creyendo que la máquina -la institución- es el alma, y que el alma no existe. El alma cainita que una vez más se apodera de nuestra élite política para quizás volver a hacernos votar dentro de unos meses.