Mes: enero 2013
La becarización de la política
Hace unos pocos días el profesor de Historia y ex parlamentario popular, Miguel Ángel Ruiz, publicó un interesante artículo en la revista de la Fundación Cánovas sobre las juventudes en la política. De buena pluma y buen criterio nace su opinión, pues está más que capacitado para opinar al respecto. En este texto, se desprende una conclusión bastante acertada y es que las juventudes políticas tienen todavía un deber de socializar en valores y compromiso. A pesar de que esta función socializadora esté de capa caída en la mayoría de partidos modernos o «catch-all-parties» debe mantenerse como norte y no convertir a estos grupos en instrumentos al servicio del partido.
Los partidos políticos han dejado el «trabajo sucio» en manos de los más nóveles. Lo que, como señala Ruiz, va desde aplaudir hasta poner las sillas para un evento, pasando por la agenda de turno de mitines. Y es que, ciertamente los jóvenes deben cumplir con un papel aún más importante como la regeneración de las ideas y de las mismas élites. Aunque, por distintas razones y contra lo que otros opinan, las juventudes no son siempre la puerta de entrada a los incentivos selectivos -véase cargos- de la vida política. Es aquí, donde se debe transmitir el mensaje a los jóvenes que la «profesionalización» de la política, fenómeno que se produce en España desde mediados de los ochenta cuando la arena política está asentada, es un peligro y un grave daño para la calidad de la democracia.
En la democracia, lo importante es saber ser fiel a las ideas que se defienden sin caer en el dogmatismo y atender a los distintos grupos de ciudadanos cada vez con necesidades más concretas. No se puede sustituir la fidelidad por el favoritismo ni el interés general por la satisfacción de intereses corporativistas. Esto es lo que hace que los jóvenes actualmente vean la política como una actividad innoble y en algunos casos como un trampolín desde donde saltar a una vocación que se entiende como profesión. Por eso, probablemente los jóvenes de las juventudes de los dos grandes partidos son ante todo becarios que pueden ser quitados y repuestos por otros prácticamente similares y con una identidad de cartón-piedra.
El politiqueo universitario
Me consta en una universidad que conozco bastante bien, el equipo de gobierno ha cometido un claro atentado contra la representación estudiantil. En concreto, uno de los miembros del rectorado ha vetado a una delegada a asistir a las sesiones de los órganos colegiados universitarios. Para ello, el sujeto en cuestión envió una carta a la representante indicándole que tenía prohibido el acceso a cualquier reunión. Es una situación totalmente antidemocrática y que tiene varios aspectos que comentar.
En primer lugar, la autonomía universitaria ha sido un privilegio constitucional que las universidades gozan con acuerdo a su especial condición. Dicho de otra forma, la limitada independencia de los centros de educación superior no ha impedido que la Academia se convierta algunas veces en un gobierno feudal. Electo, pero que meritocrático y jerárquico controla la universidad como si se tratase de un feudo medieval, dando lugar a que rectores, vicerrectores y otros tantos cometan tantos atropellos como quieran. Otra cosa también interesante, son las relaciones clientelares y la prostitución que se establece entre miembros del gobierno académico y representantes de estudiantes. Podemos hablar de subvenciones, ayudas, cambios de notas y un largo etcétera.
En segundo lugar, muchas veces estos gobiernos rectoriles son los mismos que protestan contra el señor Wert. Un zombi ministerial que no es menos malo que algunos académicos que lo critican. A los mismos que se les llenan la boca, hablando de la dictadura, los grises y la libre universidad, hacen lo mismo que en otras ocasiones han hecho estos últimos. Por tanto, ninguna dignidad ni mucho menos derecho tiene quién habla de democracia o universidad pública cuando lo único a los que aspira es a mantener su minifundismo medieval.
Apología de Jordi Évole
El intrépido Jordi Évole vuelve una temporada más. Después de ofrecer y divulgar información sobre la organización del Consejo General del Poder Judicial, la venta de los préstamos basura, la reclamación de la deuda por parte de la banca alemana y el oligopolio de las eléctricas; se puede afirmar en este periodismo un auténtico ejercicio de control mediático al poder. Uno de los principios básicos para el liberalismo y para la supervivencia de la democracia. Y es que, estas prácticas escasean en estos tiempos de crisis e incertidumbre. Lo cual sea un indicio, de quienes son ahora los nuevos amos del mundo, es decir, las grandes corporaciones.
Estas razones son las que explican que las empresas eléctricas hayan puesto precio a la cabeza de Évole y a la hora de ‘Salvados’. No es una referencia a una ejecución pública, sino un ánimo a nuestra clase política para que retire a un elemento irreverente e impopular para los señores del neoliberalismo. Por lo que, las empresas eléctricas, hablemos de Iberdrola y Endesa, con nombres y apellidos son los llaneros solitarios que reclaman la muerte mediática de este periodista. Una vergüenza y un grupo de desvergonzados que demuestran quién ostenta el poder en nuestro país, los poderes económicos piden y la clase política ejecuta a su servicio.
En este sentido, considero necesaria una defensa de la figura de este periodista. Independientemente de la ideología de cada sujeto, es incuestionable que la libertad periodística debe ofrecer tantas visiones de la realidad como existan en la sociedad y realizar su función de perro guardián en relación al poder político y económico. Saben ustedes que el arribafirmante no comulga con la línea editorial de Évole y su medio, pero reconoce que es loable y meritoria la labor que realiza. Por eso, aunque el primero no sea de izquierdas sí pone la mano en el fuego por buen profesional del ramo periodístico. Sigue así Jordi.
El colchón de los corruptos
La élite política en general, y la española en particular, suelen ser cómplices de una práctica llamada corporativismo. Esta fórmula de organización consiste en la toma de decisiones a puerta cerrada con un grupo de participantes definidos. De aquí, salen decisiones en los sectores estratégicos y energéticos que después simplemente serán tramitados en comisiones parlamentarias sin ninguna capacidad de modificar lo que se ha decidido en un lugar fuera de la cámara nacional. Véase las subidas en los precios de las eléctricas, la expansión de una empresa nacional o lo referente a un monopolio público.
Cuando los ministros y parlamentarios españoles se retiran de la representación política vuelven al agujero del que salieron sus normas y decretos. Así fue, como muchos entre los que podemos citar Zaplana o el reciente Rato acaban como directivos en grandes empresas como Telefónica. La razón que lleva a que las compañías efectúen estos fichajes estrella es doble. Por un lado, la devolución del favor a un político que influyó decisivamente para que las decisiones de la empresa fuesen protegidas y garantizadas mediante leyes emanadas del poder legislativo y ejecutivo. Por otro lado, el mantener un valor efectivo que incluye una imagen pública, una red de contactos y un gran poder de influencia frente a las instituciones en las que el mismo fichaje ya estuvo o conoció anteriormente.
Es una vergüenza lo de Rato. Ese hecho es indudable, después del escándalo de Bankia. Lo que es más preocupante es que esta práctica se siga produciendo a día de hoy. Rato es sólo una gota en un océano, donde las grandes corporaciones tienden a implantar prácticas corporativistas en la toma de decisiones políticas y a absorber a los antes representantes del pueblo para sus intereses particulares que no son los del interés general. Y como se puede observar, ni los mismos partidos políticos tienen capacidad para responder ante estas situaciones que son fruto de la decisión de una empresa y la particular del sujeto en cuestión fichado por la multinacional. Los mismos detentadores y productores del Derecho consienten la misma violación de la norma como normalidad institucional.
