Historia
Impotencia
La impotencia es un mal que disminuye el apetito sexual tanto en hombre como en mujeres. Sus causas pueden ser diversas, desde el tipo de alimentación hasta el estrés, pasando por alguna enfermedad. Lo que impide en muchos casos llegar a un clímax en la realización del coito. No es el deseo del arribafirmante suplantar las funciones de un sexólogo, sino ejemplificar análogamente lo que está sucediendo en el Congreso de los Diputados. En donde, los grupos políticos que lo componen han mostrado, en su inmensa mayoría, la incapacidad de formar una gran coalición capaz de sacar a España del atolladero en el que se encuentra.
Los síntomas de este mal se deben entre otras causas al catetismo ilustrado y los incentivos egoístas. Nuestros parlamentarios desde la estampa turística de Bescansa hasta las declaraciones inoportunas de Villalobos son una muestra de esa preocupación castiza por temas que son eminentemente baladíes en un momento en el que deberían quedar como cuestiones tabernarias. Tampoco la fórmula de juramento en la que han prometido sus cargos los diputados de Podemos y sus franquiciados representan un estímulo para recuperar la credibilidad en nuestra “vieja” clase política. Mientras tanto, todo ha quedado en un enredo sobre quién apoya a quién y a quién no apoyará a la par que se baraja la posibilidad de unas segundas elecciones que producirán, a excepción de la caída de Ciudadanos, unos resultados similares.
La cuestión es que a los españoles en su conjunto no les interesa el sectarismo. El elector en su conjunto ha expresado una fragmentación parlamentaria, similar a la italiana. El problema es que no tenemos políticos italianos, sino nuestra estirpe de catetos ilustrados donde las señas tienen más importancia que las razones de Estado y el bienestar de la ciudadanía. No se debe olvidar que la ciudadanía no está necesitada precisamente de símbolos ni de patizambos, sino de respuestas a tres cuestiones fundamentales: la solución del paro, el mantenimiento del sistema de pensiones y la unidad del Estado español.
El affaire catalán como barrera reformista
Las disputas entre Pedro Sánchez y Susana Díaz por el liderazgo socialista y los bailecitos de Mariano al son de guateque son la imagen de la actualidad política de estas fiestas navideñas. Mientras tanto, se ha seguido debatiendo sobre unas futuribles segundas elecciones. En sí, teniendo en cuenta el gasto superior a 160 millones de euros que conllevarían y los efectos perjuiciosos para los distintos partidos políticos con la excepción de los populares que mantendrían una intención de voto similar a la del 20-D. Sin embargo, nadie ha tenido en cuenta la especial coyuntura de oportunidad política que se presenta ante Podemos que ha recabado unos resultados positivos más allá de las expectativas que dibujaron las encuestas.
El problema de Podemos en cambio es la territorialización de sus ramas y sus aliados políticos. Las mareas gallegas han reivindicado su intención de ir coaligados bajo las propuestas de Pablo Iglesias, pero han hecho hincapié en la independencia de su voluntad política y su deseo de crear un grupo parlamentario propio. Algo similar, pero más acusado sucede con Ada Colau y el proyecto liderado En Comú. Desde este sector de los renovadores de izquierda catalanista se ha aclarado a Podemos que no existe un pacto con Iglesias y que cualquier acuerdo estaría suscrito a la aceptación de una consulta soberanista. Todo ello mientras la trifulca política de la CUP y los intentos de salida de Mas han prolongado la hipotética independencia durante más de tres meses y sigue el gobierno en funciones de la comunidad autónoma. Y ello lleva a que todos los deseos de reformas en el plano social, educativo y energético que proponen los podemitas y su apoyo por parte del PSOE queden suscritos una vez más, como sucedió en su época a Súarez, a las reivindicaciones nacionalistas catalanas.
No nos engañemos. La bandera del independentismo catalán de Colau representa no una simple pugna con Madrid, sino un pulso con las otras formaciones políticas catalanas de izquierda como ERC y la CUP por determinar quién es la verdadera cara del proyecto en esta coyuntura de oportunidad. Mientras la alcaldesa de Barcelona intenta ensombrecer a sus adversarios en la arena política de la independencia catalana, suena un teléfono de fondo con la voz de Varoufakis. Una llamada que otorga reconocimiento internacional a Colau y denostación a Iglesias que hace dos años contaba con el respaldo de Syriza. En strictu sensu, Iglesias es sólo un enemigo dramatizado y Mas un zombi necesario frente a sus verdaderos adversarios como lo son Oriol Junqueras y Antonio Baños. Este último erradicado de la arena política tras su dimisión esta semana.
En este sentido, el catalanismo mantiene dos similitudes con sus características durante la II República y la transición a la democracia. En primer lugar, es un rasgo de ostentación para aquellos líderes que pretenden alzarse con suficiente poder y reconocimiento en el territorio catalán. Una reliquia necesaria. En segundo lugar, por sus dinámicas cainitas -tendentes a dificultar la alianza entre todos los que apoyan el independentismo- dificulta la cohesión del proyecto e impide la realización de políticas reformistas necesarias en el contexto del Estado español. Los catalanes como buenos españoles son tan cainitas como aquellos ante los que se proclaman distintos y diferentes. Lo que a la luz de una Europa cohesionada bajo una unión estas tendencias centrífugas quedan sojuzgadas como un auténtico disparate.
Nueva reseña sobre la economía del procomún de Jeremy Rifkin
La Revista Mexicana de Sociología (RMS), en su número 78, recoge una reseña de Francisco Collado Campaña sobre la monografía La sociedad de coste marginal cero de Jeremy Rifkin. En dicha reseña se propone el enfoque de una economía poscarbono y sostenible que ha influido en la política energética promovida desde las Naciones Unidas y la Unión Europea. Dicho cambio económico se basa en la apuesta audaz por una economía más cívica y liberalizada entre las personas y las empresas. Para ello, el autor se apoya en un recorrido histórico de la Historia de la Economía centrándose principalmente en los procesos de intercambio. Esta visión queda englobado en lo que Rifkin denomina la «economía del procomún» y «procomún colaborativo». No obstante, este nuevo modelo económico implicaría la desaparición de los tradicionales corporativismos ejercidos tanto desde las instancias públicas como privadas. De forma que, este modelo se basa en la lógica de colectivos como Blablacar, Uber y Wimdu, entre otros donde existe una relación contractual directa entre distintos particulares sin mediación de terceros.
La reseña se puede consultar en el siguiente enlace de la Revista Mexicana de Sociología perteneciente a la Universidad Autónoma de México (UNAM): <http://www.revistas.unam.mx/index.php/rms/article/download/53490/47572>
Interludio de incertidumbre
“Certidumbre” ha sido una palabra presente en el discurso de valoración de los resultados de Rajoy en la sede de Génova. El canto de sirena que auspiciaba (y suplicaba) por un gobierno fuerte y estable que en todo caso será parte de una novela de ciencia ficción. Y es que pese a la distorsión del sistema D’Hondt, Podemos y Ciudadanos en menor grado han irrumpido con una fuerza inesperada en el Congreso de los Diputados. Mientras la mayoría no ha reparado que la cámara alta, el Senado, goza de una amplia mayoría de los populares. Por lo que, la decrépita derecha se guarda la capacidad de revisión normativa ante el legislativo y cualquier ejecutivo que se formase. Lo que plantea un horizonte totalmente nuevo en nuestra historia democrática.
Las promesas de Ciudadanos y Podemos en el ámbito de distribución territorial del poder han cobrado su peso en oro. La diatriba entre la recuperación de unidad territorial y una entrega absoluta a las demandas de fractura de España, es lo que Pablo Iglesias ofrece a sus secuaces nacionalistas para conformar un gobierno pentapartito, en el que el PSOE ya ha respondido claramente que no participará. A la par que Rivera traiciona su voto de castigo a los populares, facilitando una posible investidura del zombie político de Rajoy. ¿Es ésta la España que nos ofrecían las nuevas formaciones? Una cámara fracturada “a la italiana” con una enorme incapacidad de pactar para formar un ejecutivo que responda a los problemas de las personas. Y es que acaso, ¿los problemas de España se solucionan procediendo a una reforma constitucional y la celebración de consultas nacionalistas? Desgraciadamente, una cuota del poder político de Iglesias se ha pagado con su entrega a los separatistas como ya hizo en su día el PSOE de Zapatero que abrió la puerta a llamar churras a lo que son merinas, o “nación” a lo que quisiera ser un Estado.
Ya he advertido en numerosas ocasiones la sobrevaloración de las promesas políticas y los posteriores perjuiciosos efectos de la disonancia cuando el resultado no responde a esas expectativas. Si bien, una expectativa sí ha quedado satisfecha como es un poder político más proporcional, más equilibrado y más fragmentado. Pero veamos ahora si este tipo de configuración institucional puede llegar a algún lado con la capacidad de pacto que tiene nuestra cultura política. Lo repetiré una y otra vez, como se lo dije a Cristina Bescansa, no es la institución, es la actitud política la que nos lleva por unos derroteros y por otros. Pero estas izquierdas y estas derechas hacen oídos sordos creyendo que la máquina -la institución- es el alma, y que el alma no existe. El alma cainita que una vez más se apodera de nuestra élite política para quizás volver a hacernos votar dentro de unos meses.
Elecciones históricas
Esta semana representa la última etapa de la carrera de fondo de la campaña electoral. La misma comenzó con el PP como partido aventajado, pero que ha ido perdiendo distancia con aquellos que competían por el segundo puesto, principalmente PSOE y Ciudadanos. Mientras a lo lejos y ahora a corta distancia, se sitúa Podemos con una posición bastante mejorada. Y es que, Pablo Iglesias ha demostrado que su liderazgo se proyecta positivamente en la cercanía y no tanto en distancias mayores. Al respecto, la formación de Albert Rivera ha experimentado una caída de intención de voto y en las filas socialistas se ha observado un cuestionamiento de la figura de Pedro Sánchez.
Durante estos días se han sucedido distintos debates, a cuatro, a seis bandas y a dos. Esta semana se celebra el debate clíma entre los dos grandes hasta el momento. El único al que asistirá Mariano Rajoy frente al líder de la oposición. Al respecto, se barajan dos hipótesis sobre su ausencia en los anteriores más allá del miedo escénico que domina al actual Presidente. Por un lado, la aparición de Soraya Sáenz en los otros debates y en los carteles electorales sugiere la posibilidad de que exista un relevo en el liderazgo popular, asumiendo además su papel de “heraldo” de Rajoy. Por otro lado, se encuentra la negativa de Arriola de plantar cara a las formaciones emergentes. Y es que, este asesor politico, al que ya se le ha pasado el arroz, se niega a observar antes de su jubilación como los “frikis” de la política introducen una segunda generación en la agónica clase política española.
De hecho, ya no hay sólo “frikis” entre Podemos, sino que este concepto arriolista puede ser traspasado a Sánchez, Rivera y Garazón debido a su perfil socio-económico y su edad. De esta forma, los populares son los que se resisten a ese cambio generacional. Ciertamente, las generaciones nacidas en democracia son las que tienen mucho que decir en estas elecciones generales, en las que se le ha vetado el voto a miles de españoles en el extranjero, aduciendo dificultades burocráticas. Será por esto y por la corrupción, no ya tanto por la cuestionable recuperación económica, por lo que el Partido Popular tendrá que responder en la próxima legislatura, sea cual sea el resultado.
Lo que no cabe duda es que estas elecciones abren una nueva etapa politica tanto de cambio en el sistema de partidos como de constitución de las élites políticas. Ahora bien, una cosa es jugar al Juego de Tronos y otra es gobernar, ya que es ahí donde todos y cada uno de los partidos se la juegan después del 20-D. Es por eso, que estas elecciones son el inicio de una nueva época en España y es aquí donde todos estamos llamados a votar, sea cual sea la decisión, para hacer Historia.
Debates, excluidos y ballenas hipsters
El y los debates electorales que han tenido lugar a cuatro bandas representan unos de los encuentros históricos en la democracia. Se sabe que la participación de los candidatos en dichos debates no afecta especialmente a la decisión de voto, a excepción de los indecisos. Al ser el momento actual uno de los de mayor incertidumbre y de cambio que se produce prácticamente desde la entrada de los populares en el Gobierno en 1996, es cuando dichas intervenciones pueden capturar más votos indecisos. Si bien, espero que haya mucha gente interesada en votarle a Saenz de Santamaría. Aunque esta cuestión bien merece un comentario en profundidad en otra columna.
Lo cierto es que el arribafirmante no vio el debate de ayer. Se conocen adecuadamente las propuestas, se saben las posibles coaliciones y alianzas que se pueden fraguar y se desgrana claramente el espacio ideológico de cada uno de los partidos. Si bien, es recomendable estudiar los programas políticos de las fuerzas emergentes de Iglesias y Rivera debido a que estos programas tienen vocación de ejecución. Es decir, se ha demostrado que ambos candidatos tienen capacidad para decir lo qué harán y para rectificar sobre lo dicho. Algo que no se observa en la inquebrantable e indudable voluntad de los populares. Y ciertamente, hay que temer a aquellos que nunca ponen sus acciones en entredicho, quienes excluyen la crítica.
También se deduce de lo anterior que el arribafirmante haya decidido su voto entre los cuatro debatientes. Si bien, no estaban todos los actuantes políticos pues alguien se había olvidado a un economista malagueño y a otros reputados candidatos que se presentan a estas elecciones. Ni son todos, ni se estaba al completo. Por lo que, la escenificación de estos debates son la aceptación del nuevo establishment político que nos depara la próxima legislatura, en el que unos existen y otros son personajes ficticios. Más allá de todo eso está claro que no hay problema en ser hipster y votarle a Rajoy, otra cosa es que el votante sea una ballena canaria.
El Estado del futuro
Ayer durante una conversación con una vieja amiga vino a la mente una pregunta bastante obvia en el campo de la Ciencia Política. Y esta pregunta, se plantea de la siguiente forma. ¿Cómo es posible que después de cinco siglos no exista una organización política más compleja y global que el Estado? De hecho, el ente estatal en sus orígenes es una de las formas políticas que más cambios y transformaciones ha experimentado desde el Estado moderno hasta el Estado liberal-democrático, pasando por los totalitarismos. Ni las izquierdas ni las derechas, con excepción del anarquismo y el anarquismo-municipalista, han renunciado a la institución estatal en sus diferentes manifestaciones y experiencias históricas.
Ciertamente, el origen del Estado viene favorecido por una serie de factores. Entre ellos, uno nada desdeñable, es el desarrollo de la tecnología y el conocimiento, que posibilitó el surgimiento de países como España, Portugal, Francia e Inglaterra. Sin la mejora de las comunicaciones marítimas en el siglo XVI hubiera sido imposible concebir estas fórmulas de organización humana. Y es que, es necesario un sistema de transportes conectado, seguro y con cierta rapidez que permitiese conectar poblaciones situadas a grandes distancias.
Ahora bien, surge la cuestión de por qué existiendo actualmente sistemas de comunicación aérea y las portentosas nuevas tecnologías, no se ha avanzado hacia una organización política más compleja y que englobe un área geográfica mayor que la de los Estados. Se puede citar el caso de la Unión Europea, pero realmente, esta organización camina a un paso entre un instrumento en manos de un Estado -Alemania- y un acuerdo entre distintos Estados. Por otro lado, las Naciones Unidas, al menos en teoría, podría ser un tipo de organización que investida hipotéticamente con los poderes de un Estado podría englobar y abarcar un área geográfica más amplia.
Sin embargo, ¿por qué no se ha avanzado en esa línea? ¿Por qué no se ha creado un parlamento de las naciones o una suerte de gobierno mundial kantiano con poderes políticos efectivos, cuando existe tecnología para hacer posible dicha realidad? La solución, claro está, reside en que la institución estatal mantiene una preeminencia incuestionable por el principio de soberanía y en que el egoísmo humano rige indudablemente la dinámica tanto macro como micropolítica.
El comunitarismo vence al nacionalismo de Mas
Tras las elecciones catalanas, han quedado dos claros vencedores y no porque hayan ganado más votos que los demás, sino porque han aumentado sus escaños de forma significativa. Se trata del partido de Albert Rivera, que ha sorprendido contra todo pronóstico con 22 parlamentarios y los 7 obtenidos por la Candidatura d’Unitat Popular (CUP). En este contexto, muchos desconocedores se preguntan quiénes son estos señores que hablan catalán, están a favor de la independencia, pero se niegan a dar su apoyo a la investidura de Mas como President.
Una primera descripción de lo qué es la CUP podría ser un conjunto de partidos de izquierda radical y nacionalistas catalanes. No obstante, una ideología, una forma de concebir la vida y un modelo de organización territorial del poder son los elementos a los que van unidas a estas siglas, con las cuales se puede estar de acuerdo o en desacuerdo, pero que son reales y efectivas. En cierta medida, la CUP remonta sus orígenes programáticos hacia el anarquismo catalán del siglo pasado, pero con una evolución y una adaptación correspondiente con los tiempos que corren. Entre sus principios se encuentran la democracia participativa municipal, la igualdad social, la consolidación de los «países catalanes» y el fortalecimiento del movimiento asociativo. Por lo que, la propuesta política de la CUP vendría a situarse entre el anarquismo municipalista y el comunitarismo nacionalista. Lo que explica su claro rechazo a la derecha catalana que ha liderado el plebiscito nacionalista.
Históricamente, la CUP se originó durante las primeras elecciones locales a partir de distintas agrupaciones de electores y con una ideología crítica, que terminaron por confluir en una coalición común de independentistas de izquierdas. Entre los grupúsculos principales que la integran caben destacar el Moviment d’Esquerra Nacionalista y el Moviment de Defensa de la Terra. Durante un tiempo, los distintos grupos que conformaban la CUP se integraron en otras candidaturas como Iniciativa per Catalunya, pero a partir de la década pasada volvieron a congregarse en torno al movimiento inicial. Lo que se ha debido especialmente, a una renovación de su élite política y la llegada de jóvenes militantes abanderados del catalanismo, el comunitarismo, el feminismo, el ecologismo y otros sectores de la izquierda más crítica. Asimismo, su implantación social se hace más visible en el interior catalán, especialmente en las provincias de Girona y Lleida. De hecho, una parte fundamental de su éxito político descansa sobre las actuaciones sociales llevadas a cabo en sus municipios en la provisión de distintos servicios públicos donde han realizado un ejercicio práctico y efectivo del comunitarismo más realista posible.
Demasiada permisividad, futura catalanidad
Corren ríos de tinta sobre los pros y los contra de la independencia catalana. Se escuchan argumentos de un lado y de otro sobre la legalidad de la consulta que no deja de ser un comicio autonómico. Si sube el café, también están los que se preguntan si al escindirse estaría ese nuevo país dentro o fuera de la Unión Europea. Y para atemperar el debate, aparece un periodista de la BBC que desmonta uno a uno los argumentos de “Junts per Sí”. ¿Y quién se preocupará de la futura selección de fútbol catalana? Si bien, se observa que aquí nadie habla de los catalanes o la minoría catalana que se encuentra repartida entre, Andorra, el Rosellón francés y el Alguer italiano.
En un ejercicio de política comparada, se puede afirmar que esta escalada de la tensión catalano-española es el resultado de cierta permisividad del Estado español desde el inicio de la democracia. Como los más mayores saben, el Gobierno Central decidió conceder el reconocimiento de una autonomía a Cataluña, País Vasco y Galicia en un primer momento debido a que tras la Guerra Civil, eran una serie de demandas que se mantenían bajo el nombre de los llamados “territorios históricos”. Desde aquí, España ha evolucionado hacia un Estado descentralizado con determinados ingredientes regionalistas y federalistas, según teóricos como Agranoff, para satisfacer dichas exigencias territoriales.
En Francia, existe una minoría catalana que no tiene acceso a la educación en su lengua, tampoco se admite su lengua en las relaciones entre ciudadano y Administración. Esto es el resultado de un Estado centralizado que ha impuesto el francés tanto como lengua como patrimonio lingúístico común a todos sus territorios, sin ninguna concesión. Tan sólo en 2007, el Consejo General de los Pirineos Orientales lo reconoció como idioma oficial. En Italia, sólo la lengua catalana está reconocida como lengua minoritaria del Alguer desde 1991 y queda protegida por la jurisdicción que vela por la misma con un carácter protector, desarrollada especialmente a través del gobierno regional y municipal. Finalmente en Andorra, coexiste el catalán junto al español y al francés en igualdad de condiciones, existiendo centros de educación diferenciados para cada una de estas lenguas y auspiciados por los ministerios español y francés.
Ante todo esto, cabe preguntarse por qué en España no hemos procedido de forma similar al caso francés, más aún, cuando Francia tiene más minorías etno-lingüísticas (bretones, vascos, occitanos, catalanes, corsos, etc.) que España. O por qué no se quedó todo en un tímido reconocimiento territorial como en el caso de Italia. Tampoco se pudo auspiciar una situación similar a la de Andorra debido al reducido tamaño geográfico de este micro-Estado y a sus propias características socio-culturales. La permisividad ante todo ha sido la política del Gobierno Central, mientras en Barcelona se sigue haciendo dinero con los “tablaos flamencos” que desde una postura estrictamente nacionalista-catalana, no serían patrimonio de su identidad cultural.
Europa es Grecia, no Alemania
Alemania, con el mango de la sartén europea y el respaldo del Fondo Monetario Internacional (FMI), exige a la Grecia de Tsipras una reestructuración del pago de la deuda. Aunque ello implique el recorte de pensiones y una subida del IVA, en esta ya castigada sociedad mediterránea. Es paradójico que la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, que fue el embrión de la actual Unión Europea, se crease con el objetivo de contener pacíficamente el rearme germánico, pero haya sido finalmente el rearme económico el que ha hecho que este mismo país domine a toda Europa a través de la aplicación del «soft power» en las instituciones comunitarias. También resulta patético que Alemania reclame una deuda a Grecia cuando aún tiene una deuda con los griegos que se remonta hasta la II Guerra Mundial. En pocas palabras, Alemania ha vuelto a demostrar una vez más sus ansias por imponerse en la geopolítica europea y que hace y deshace según su conveniencia.
Por mucho que Alemania se empeñe, ni Europa es de Alemania, ni mucho menos Alemania es Europa. La auténtica Europa, la que hace milenios alumbró la civilización política se encuentra en el arco mediterráneo. La democracia griega como primer gobierno diferenciado de la tiranía y la oligarquía y el imperio romano como ejemplo de unificación política territorial, son dos elementos que vertebran nuestra concepción presente y pasada de lo que es un Estado. Estas contribuciones políticos junto al desarrollo científico, cultural y técnico que representaron las antiguas culturas mediterráneas son el embrión de lo que actualmente algunos han venido en denominar «Europa» y en considerarla como la cuna de la civilización occidental. Y es que, mientras distintas ciudades comerciaban y guerreaban entre ellas en el Peloponeso griego, las tribus germánicas andrajosas, incultas y tecnológicamente atrasadas poblaban los bosques y los páramos de la actual Alemania.
Por todo ello, el trato que está recibiendo actualmente Grecia no hace honor a la «deuda histórica» que los países europeos hemos contraído con respecto a ella. Nuestra filosofía, literatura, cultura, escultura, arquitectura, lengua, nuestras matemáticas, la geografía, geometría y cartografía, entre otros campos, son directos deudores del desarrollo greco-romano. ¿Qué deuda hemos contraído con Alemania? ¿Las invasiones bárbaras de la Alta Edad Media, los juegos dinásticos entre los emperadores que ni eran sacros ni eran romanos, las guerras prusianas, la Gran Guerra, Hitler y el nazismo? Sí, evidentemente, claro que estamos en deuda con los alemanes, porque fue sólo Alemania quien ha mostrado la sombra más negra y oscura que puede albergar el alma de los seres humanos. El mal, pero no ese «mal» de las acciones políticamente necesarias y moralmente cuestionables, sino el Mal en su rostro más diabólico, perverso, deshumanizador y carente de toda lógica. El Mal que es a la vez medio y fin. Esa es la verdad que Alemania ha enseñado al mundo a través de la guerra, y que a día de hoy sigue mostrando con un método más discreto, descafeinado y sofisticado a través de su política económica. En pago a esta deuda, cabe preguntarse: ¿cómo se le debe pagar a Alemania y los alemanes?
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