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Intolerancia de los pies a la cabeza

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imagesEn nuestra democracia, la consolidación de una memoria compartida con respecto a la Guerra Civil y la dictadura franquista es un imposible. Un sueño de una noche de verano apagado tras el acuerdo de las élites que pactaron la Transición. Y es que, la respuesta a dicho muro psicológico que separa la presente democracia -cada vez más dudosa en cuanto a su tolerancia- no fue mejor. El nefasto intento de llevar a cabo una recuperación de dicha «memoria» por parte de Rodríguez-Zapatero indicaba que había una facción más digna que otra. Lo que acabó con una buena parte de la documentación centralizada en Barcelona y una lectura parcial de la Historia.

Esta incapacidad de la izquierda y de la derecha intelectuales para acordar una memoria consensuada se ha convertido en un cheque en blanco para que el Estado sea juez y verdugo de la libertad individual. El reciente caso de la twittera Cassandra, del cual se ha hecho eco The Guardian, llevado ante los tribunales es un ejemplo de cómo se ha legislado para conservar esta impunidad contra el pasado franquista. Hasta un chiste contra Carrero Blanco puede convertirse en un crimen contra una hipotética libertad, la de mantener la amnesia sobre nuestra historia, en contra del derecho de expresión de un sujeto.

Nuestro sistema y nuestra sociedad no quieren un autobús de Hazte Oír recorriendo las ciudades, pero tampoco quiere Filosofía como asignatura obligatoria en el currículo de la educación secundaria. Quienes critican la dura agresión del caso de los titiriteros, son los mismos que se alzan para defender los derechos de los agresores a unos guardias civiles en Alsasua. Tanto nuestra élite, como nosotros mismos, pedimos que se niegue la libertad de otros y se respete la nuestra hasta límites inconcebibles. Una sociedad sin criterio, sin amplitud de miras e intolerante que a la vez teme (y confía) en el Estado como instrumento al servicio del recorte de las opiniones que no concuerden con las nuestras propias. Una herramienta castradora del debate público por el medio que sea.

Hablando de refugiados, ladran los Bardem

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La llamada “crisis de los refugiados” ha estallado de lleno en el corazón de Europa. Desde hace unas semanas, la opinión pública asiste atónita a los centenares de miles de sirios que huyen de la guerra civil. Desde la derecha europea, las respuestas han oscilado desde el rotundo rechazo hasta la asimilación heredada de los socialdemócratas, como ilustra Merkel en este último caso. Desde la izquierda, su expresión ha pasado desde la acogida planificada hasta las voces que culpan a Europa de la tragedia siria. Ante esta situación, la Unión Europea ha procedido al reparto de cuotas de refugiados entre los países miembros, correspondiendo una cantidad aproximada de 15.000 personas para España. Una política que probablemente sea la más razonable al atenerse al tamaño, las capacidades económicas y el potencial de cada uno de los países miembros.

Sin embargo, esto parece que no ha gustado mucho al honrado gremio de artistas, ese sector que se viste con la bandera republicana y que vive gracias al suministro de dólares hollywoodiense. En concreto, Miguel Bardem ha difundido un cortometraje, bajo el títutlo «¿Quién da más?» en el que presenta a los refugiados como un producto en subasta entre los países miembros, recordando que más de 15.000 huidos de diferentes conflictos bélicos han perecido en las últimas décadas. Y ciertamente, es innegable que permanecer impasible frente a este drama humanitario es un auténtico acto de indolencia. Ahora bien, otra postura distinta es, aquella que manifiesta Bardem y algunos sectores de nuestra izquierda, que señalan a Europa como culpable de la guerra civil en Siria.

Desafortunadamente, los artistas son dados a los argumentos emotivos, pero poco razonados. Para comenzar, el origen de la guerra civil siria reside en el fracaso del cambio de régimen durante la llamada “primavera árabe”. Este país que durante muchas décadas ha sido una dictadura personalista, de corte soviético y autoritario, experimentó una serie de manifestaciones públicas en las que se abogaba por un aumento de las libertades y una transición hacia un régimen democrático en 2011. La violenta respuesta de Al Assad contra los críticos y la penetración de fundamentalistas islámicos entre la oposición, que más tarde ha venido a llamarse “Estado Islámico”, fue la primera chispa del conflicto que se ha prolongado por un lustro. Durante estos cinco años, pocos miembros de nuestro honrado cuerpo de artistas, y en concreto de la familia Bardem, se ha acordado de este drama.

Siguiendo en nuestra argumentación, la obligación de acoger a los refugiados es política, pero no legislativa. Ni la Constitución Española, ni las normas comunitarias obligan al Estado a aceptar una cantidad determinada de refugiados. Hasta hace unos años, operaba el llamado “sistema de Dublín”, según el cual, el país al que llegaba un refugiado, era el que debía de ocuparse de su acogida. Ahora bien, el actual recurso al reparto de refugiados está basado en una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que afirma que si un país miembro no tiene capacidad para acoger a los refugiados, debe procederse a efectuar un reparto equitativo. Además, hay que señalar que la acogida de refugiados es una cuestión de soberanía, por lo que, es cuestión de cada Estado decidir su postura al respecto.

Por otro lado, en el corto de Bardem se confunde inmigración ilegal y refugiados. No es lo mismo, ya que la inmigración supone un cambio del lugar de residencia, y en última instancia, la adopción de una nueva nacionalidad. En cambio, el refugiado es una persona para con la cual, el Estado de acogida, se responsabiliza de asistir materialmente y brindarles protección. En este sentido, aunque Rajoy y algunos indicadores con intereses electoralistas hablen de mejora económica, España aún no ha salido plenamente de la crisis. Por lo que, se debe tomar cierta precaución, antes de decidir la cantidad de refugiados que el país es capaz de atender adecuadamente.

Ciertamente, este video pasará a la lista de episodios de hipocresía política que rodean a la familia Bardem. Entre estos capítulos se puede recordar la postura de Javier Bardem a favor de la causa palestina, mientras su mujer, Penélope Cruz, daba a luz en Monte Sinaí, un reputado hospital hebreo de Los Ángeles; el apoyo de Bardem a los trabajadores de Coca Cola que sufrían un ERE, la misma técnica que su familia empleó para intentar despedir a los trabajadores de su restaurante; o la defensa de la sanidad pública cuando el clan ha usado la clínica Ruber Internacional de Madrid. En estas condiciones, es difícil tomar en serio los argumentos presentados por estos cínicos.