debate publico

Intolerancia de los pies a la cabeza

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imagesEn nuestra democracia, la consolidación de una memoria compartida con respecto a la Guerra Civil y la dictadura franquista es un imposible. Un sueño de una noche de verano apagado tras el acuerdo de las élites que pactaron la Transición. Y es que, la respuesta a dicho muro psicológico que separa la presente democracia -cada vez más dudosa en cuanto a su tolerancia- no fue mejor. El nefasto intento de llevar a cabo una recuperación de dicha «memoria» por parte de Rodríguez-Zapatero indicaba que había una facción más digna que otra. Lo que acabó con una buena parte de la documentación centralizada en Barcelona y una lectura parcial de la Historia.

Esta incapacidad de la izquierda y de la derecha intelectuales para acordar una memoria consensuada se ha convertido en un cheque en blanco para que el Estado sea juez y verdugo de la libertad individual. El reciente caso de la twittera Cassandra, del cual se ha hecho eco The Guardian, llevado ante los tribunales es un ejemplo de cómo se ha legislado para conservar esta impunidad contra el pasado franquista. Hasta un chiste contra Carrero Blanco puede convertirse en un crimen contra una hipotética libertad, la de mantener la amnesia sobre nuestra historia, en contra del derecho de expresión de un sujeto.

Nuestro sistema y nuestra sociedad no quieren un autobús de Hazte Oír recorriendo las ciudades, pero tampoco quiere Filosofía como asignatura obligatoria en el currículo de la educación secundaria. Quienes critican la dura agresión del caso de los titiriteros, son los mismos que se alzan para defender los derechos de los agresores a unos guardias civiles en Alsasua. Tanto nuestra élite, como nosotros mismos, pedimos que se niegue la libertad de otros y se respete la nuestra hasta límites inconcebibles. Una sociedad sin criterio, sin amplitud de miras e intolerante que a la vez teme (y confía) en el Estado como instrumento al servicio del recorte de las opiniones que no concuerden con las nuestras propias. Una herramienta castradora del debate público por el medio que sea.

Dialógica y democráticamente

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Hablar. Sin discutir. Ésta es una de las grandes ventajas de la democracia. Si bien, no depende en exclusiva de las normas, la posibilidad de entablar una conversación respetuosa y lógica con otra persona donde sea posible sopesar los distintos puntos de vista de la realidad. Ya que, si algo se intenta garantizar con un sistema democrático es que las distintas visiones de la ciudad puedan convivir sin que ninguna dañe a la otra y tomando lo mejor de cada una de ellas.

Hace unos días, un servidor tuvo el placer de compartir una distendida tarde con una de nuestras compañeras de columna, Lola Gallego. Sobre lo divino y lo profano de la política, se pudo debatir bastante y sopesar distintas perspectivas. Éste probablemente sea uno de los ejemplos de lo que se ha hablado anteriormente. Desafortunadamente, personas con esta capacidad de miras y enfoques, haberlas pocas haylas y sería a bien tenerlas.

Independientemente de criterios de política partidista. De si se es de izquierdas o derechas, de si individualista o colectivista, u otras dicotomías plausible e ignorables en cuanto se trata de acceder al debate público. Es deseable como dice Descartes que nos liberemos de los prejuicios. Prejuicios que pueden llevar en muchas ocasiones al fanatismo y a los monstruos más oscuros que se oponen a las normas de lo que definimos como democracia.