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Gibraltar por Bárcenas

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Los berrinches ocasionales por Gibraltar no son espontáneos. España lleva más de dos siglos reclamando el terruño de tierra que le falta en el Sur de Europa y que de forma vil le arrebató la Gran Bretaña. Sin acuerdo ni ley internacional. Una ocupación ilegal en toda regla. Y ahora volvemos con la milonga cuando toca declarar a Cospedal, Cascos y Arenas por sus presuntas implicaciones en el “affaire Bárcenas”. Dicho de otra forma, cuando el Gobierno se preocupa por agravios internacionales de nuestros abuelos, es que algo huele a podrido en el reino de Dinamarca, disculpen los daneses, en España.

Con esta lógica, el dilema de Gibraltar, que no es una cuestión baladí, se convierte en una excusa para tapar las miserias y pierde relevancia ante la opinión pública. Dicho de otra forma, el uso mediático que el PP hace del mismo hace que haya menos patriotas de los que a los derechones les gustaría que hubiese. Mal favor hacen los conservadores a remotas posibilidades futuras de recuperar el peñón y de que la sociedad realmente se preocupe por este asunto.

Y mientras dejamos de hablar de Bárcenas y volvemos con Gibraltar, se recuerda que con aquel señor del bigote llamado don Paquito sí sabía poner a los ingleses en su sitio. No mucho más allá, porque la política de acuerdos militares con Estados Unidos le impedía llegar a las manos con los británicos. Así, que se dejen de rollos los tertulianos de rancia estirpe recordando viejas falacias.

Dimisión en banda

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El poder judicial ha demostrado la manifiesta culpabilidad de una gran parte de la cúpula popular en el affaire Bárcenas. Entre ellos, se estudia la posibilidad de que declaren el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy; Cospedal y Rodrigo Rato. Lo que quiere decir que algo se sabía por parte de estas personas de lo que se cocía y se repartía en sobres en los despachos de Génova 13.

El todopoderoso ejecutivo, que responde a preguntas a través de un funicular o de un televisor de plasma, está asustado. Su omnipotencia, telón de un monolito que no se termina de erigir está planeando una estrategia de comunicación política. Y se preguntan, ¿qué les vamos a decir? Encima cuando tienen que darle una buena explicación a la sociedad española y a la opinión pública internacional para quiénes España ha caído en el más absoluto descrédito.

La cuestión de fondo es cómo Rajoy contará sus disculpas. Se descarta el Congreso, pues sería bastante duro tener que hablar sobre esto en una cámara que se supone representa a la ciudadanía. El uso del televisor, mientras le graban escondido en un búnker en Moncloa, es una solución cutre. Quizá no haya forma de decirle a la gente que le gobierna un grupo de corruptos en el contexto actual. Sólo cabe dimisión, al menos, por un poco de coherencia democrática.

Cinismo popular

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236976.th_maxHace unos años, Lakoff estaba de moda entre los expertos en campañas y en oratoria del Gobierno de Zapatero. Con la caída de los socialistas y la llegada de los populares a Moncloa se ha abierto una nueva línea retórica, consistente en sorprender a diestra y siniestra con las lógicas más absurdas y el surrealismo por bandera. Esta semana, se ha estrenado el Ministro de Interior, Fernández Díaz, para quien hay una relación entre las detenciones de los etarras y el aborto, «aunque no demasiado».

En esta nuestra enciclopedia de ejemplos oradores a no seguir tenemos a Cospedal, la señora que no hace mucho dijo que los métodos de las plataformas antideshaucios eran métodos nazis. Se le olvidó a la popular, que el régimen franquista que su partido no condenó en el Parlamento Europeo, fue un colaborador activo de Hitler y deportó a cientos de españoles a campos de concentración. También hay que poner sobre la mesa que retirar las bombonas de oxígeno de enfermos crónicos no sea quizá de nazis, pero sí de personas preocupadas por la gerontocracia. Y después, vienen a defender la vida con su nueva ley restrictiva al amparo de Gallardón. Miren, este discurso no tiene por donde cogerlo.

Entre otras tonterías varias, está el señor Wert que quiere subir las tasas universitarias mientras su hermano, docente de Historia del Arte, protesta contra las mismas. O el caso de la política de hacer aflorar el empleo irregular -colchón de muchos en esta crisis- para cuadrar las cifras de parados.

Hacer discursos para este país sórdido. Poner palabra a una feliz distopía. Los redactores del discurso oficial del PP no ganan para sustos en esta esquizofrenia danzante. Un día quieren ser ultra-católicos y otros neoliberales, otros europeístas y a ratos nacionalistas, pero ya se sabe que todo no se puede tener. Así hay ejemplos de grandes oradores como Álvarez Meana que repite un discurso en veinte videos distintos sin decir nada nuevo que no esté en un manual de gestión pública. He ahí las nuevas generaciones. Las estupideces abundan en esta pantomima de Gobierno. Ya lo dice Reverte que «si Aznar era un arrogante, Zapatero un imbécil, Rajoy es un sinvergüenza». Y así es, hemos elegido el gobierno del descrédito, el discurso de lo absurdo y de lo tiránicamente cínico.