constitucionalismo
Dinamitar para perseverar
«Muchísimo cuidado con quién pacta el PSOE, que los que han fusilado nacionalistas en la historia de este país, nos han fusilado a los progresistas también». Éstas son las declaraciones de Ramón Espinar refiriéndose a la nueva frontera que traza Podemos. El procés se ha convertido en una oportunidad para la redefinición de quiénes son. Y la patria de Laclau se identifica en oposición a terceros. De un lado, los «demócratas republicanos» junto a sus aliados los nacionalistas catalanes y de otro lado, los «monárquicos tiránicos» del PP, PSOE y C’s.
El secesionismo catalán significa la repesca para Podemos. En la secuencia temporal, Iglesias intentó que su partido suplantara el espacio electoral del PSOE con el consabido «sorpasso». Fracasó. Luego las voces más conciliadoras de Podemos intentaron plantear una confluencia con PSOE y Ciudadanos para oponerse al PP. Fracasó seguido de la decapitación política de Errejón. Finalmente, un discurso rupturista como el de PdeCat, ERC y CUP que personifica la continuación del franquismo en la democracia llamada «régimen del 78» supone el tercer lance para ganar una victoria. De ahí que la victoria en la independencia de Cataluña sea la posibilidad de cuestionar la democracia.
No se puede culpar a Pablo Iglesias de haber cruzado una frontera como nuestra Constitución. En la lógica del leninismo todo vale para alcanzar los objetivos políticos. El líder no es amado, ni temido. El líder es odiado. La infamia tanto desde aquellos que respetan la Constitución de 1978 como de los votantes que Podemos ha perdido por el camino. Ahora sólo quedan un grupo de votantes que no se sabe si por argumentos de justicia social, de lucha contra la corrupción o de dinamitar la casta están dispuestos a defender la demanda de los nacionalistas catalanes a ser indemnizados económicamente por los crímenes del franquismo. ¿Y el resto de españoles?
Prudencia
Si algo ha estado ausente durante estas jornadas de celebración de un referéndum ilegal es la racionalidad. La celebración del plebiscito sin garantías ni seguridades jurídicas mínimas es el culmen del fanatismo del nacionalismo catalán. Esta religión antropológica impulsada por el pujolismo socio de socialistas y populares, continuada por grupos políticos sediciosos -desde Podemos hasta la CUP- y exaltada en un tiempo de crisis social e identitaria en Cataluña se ha convertido en una auténtica enfermedad para el constitucionalismo español. Una plaga que ha creado zombies tanto entre la propia opinión pública española como en las cabeceras internacionales. Porque si evitar mediante la coacción pública -monopolio que sólo posee el Estado, lean ustedes a Weber- la celebración de una consulta ilegal -podemos dudar si legítima- es un acto de violencia, eso quiere decir que se está poniendo en duda el conjunto de España como una entidad estatal.
Nadie habla de por qué Rajoy no ha procedido a la detención de las autoridades autonómicas competentes en Cataluña. Y es que, el marco en el que se ha movido el discurso independentista ha sido el de igualar nuestra democracia con una continuación del franquismo tras la introducción de la carta magna en 1978. Amparándose en un mito que ya había creado hacía años la izquierda más radical y del que después se ha amparado Podemos, vienen distintos sectores políticos a apoyar esta tesis. Lo que probablemente haya llevado a que los populares se hayan retrasado en aplicar las medidas legales oportunas temiendo que la inhabilitación del ejecutivo catalán les volvería a convertir en los franquistas de siempre ante la opinión pública. Bien habría hecho el PP en condenar el franquismo hace años para evitar este ridículo monumental.
Los sabuesos ya han sido soltados. La izquierda española amiga de cualquier nacionalismo, menos de su propio país. Bien olvidan Pablo Iglesias y sus lacayos que las naciones no son más que construcciones artificiales y contingentes de las que las sociedades se dotan para organizarse política, social y espiritualmente. Es el mercado de la identidad. Cuando el nacionalismo, cualquier nacionalismo, traspasa la dimensión espiritual del sujeto se convierte en un organicismo donde la persona se desintegra atómicamente para formar parte de un ente mayor: la nación. ¿Y es que acaso no es esta despersonalización la que también promueven los morados dentro de sus propias filas por un ente mayor: su amado líder? Este conflicto exige de prudencia. Algo que ha faltado y falta por parte de los dos bandos enfrentados, que no son los únicos que están en juego.
Agenda oculta en la gobernanza española
En distintas columnas, el arribafirmante ha advertido de la senda anti-democrática de la Unión Europea en los últimos años. Desde el día y hora, en que se fragmentó eso que los medios de comunicación llamaron como el “eje franco-alemán”, las comunidades europeas se han convertido en una suerte de instrumento tecnocrático en manos del Gobierno alemán. La batuta germánica que se ha impuesto durante los años de la crisis económica ha venido a exigir a la mayoría de los países una serie de condiciones para cumplir sus objetivos económicos. Estos objetivos económicos, marcados según los cálculos y las estimaciones del Banco Central Europea, han subeditado a la calidad democrática y el Estado del Bienestar a un segundo plano. España, Portugal, Italia y Grecia son las nuevas colonias en las que el IV Reich se ha instalado, sin necesidad de usar los tanques simplemente a los cuerpos de funcionarios comunitarios.
La necesidad de ajustar a la maltrecha España y evitar la prolongación de la ausencia de ejecutivo por un año más estaba en la agenda alemana. Una de las economías más pujantes de los países mediterráneos, la cual ha empezado a despegar, no podía continuar con una crisis de gobernabilidad a ojos de Merkel. Eso contravendría los intereses económicos depositados en el país ibérico y su rápida necesidad por encaminarse hacia los nuevos recortes impuestos desde Bruselas. ¿Y acaso no cabe pensar que hay un fino hilo desde la agenda internacional alemana hasta la crisis interna del PSOE? Les diré que sin lugar a dudas, dicha relación de causalidad existe, aunque pueda parecer difícil de vislumbrar a simple vista.
Hace ya una semana que alguien le preguntó a Rajoy en las instituciones europeas que si volvería a repetir como ejecutivo. La respuesta directa fue afirmativa. El partido más votado en las penúltimas y últimas elecciones de España era el que ha conseguido sacar a España de la crisis a golpe de limitaciones presupuestarias y sólo el segundo partido más votado, con el liderazgo de Pedro Sánchez, se oponía a su investidura en esta España asediada por los radicales de Podemos. Era necesario que el PSOE que ha sido uno de los partidos fundamentales en la gobernabilidad de España sacrificase sus postulados políticos en favor del sistema y se abstuviese en la investidura de Rajoy. Desde las opacas y selectas élites supranacionales que representan Felipe González y Juan Luis Cebrián hasta el ámbito subestatal socialista liderado por Susana Díaz, se ha trabajado en esta operación de desatoro de las poleas y mecánicas partidistas para acabar con un Secretario General que había sido elegido en primarias y dar vía libre a los cauces de la gobernabilidad, aunque a su pesar arrastrase el cadáver de la extinta socialdemocracia convertida en capitalismo residual. Y ahora, cabe preguntarse hasta qué punto la situación actual, tanto la fractura del PSOE como la segunda legislatura de Rajoy, responde a intereses constitucionales y democráticos o a los intereses de una agenda internacional que se escribe desde Bruselas y otros salones más opacos.
