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La transición local

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transicion-localLa etapa de la transición política que celebramos esta semana comienza con la muerte de Franco en 1975, continúa con la posterior aprobación de la Ley de Reforma Política en 1977 y culmina con los grandes acuerdos como la Constitución de 1978, los Pactos de la Moncloa y el reconocimiento de las autonomías. Desde la academia, existen dos posturas sobre su interpretación. Por un lado, algunos autores consideran que los líderes políticos acometieron con una labor positiva al dejar a un lado sus diferencias ideológicas y cooperar en la estructuración del nuevo sistema político. Por otro lado, una serie de académicos consideran que la transición fue un proceso pactado entre las élites político-económicas que produjo una democracia imperfecta con una débil legitimidad.

Ambas visiones definen la transición española como un proceso pilotado por las élites nacionales, pactado entre ambas y continuista -en contraposición con la transición rupturista de Portugal- al emanar de la legitimidad del régimen anterior. Este foco de atención en el nivel nacional y en el autonómico ha dejado de lado el estudio y análisis de los gobiernos locales durante esta etapa.

Si la transición política empezó en 1975, las primeras elecciones municipales no se produjeron hasta abril de 1979. A grandes rasgos, los municipios estaban inmersos en una situación conflictiva. En primer lugar, coexistieron unas corporaciones locales con una legitimidad no democrática durante los cuatro primeros años de la Transición. En segundo lugar, la mayoría de los municipios estaban necesitados de una racionalización de los servicios públicos, especialmente en los núcleos urbanos desbordados por el crecimiento demográfico. En tercer lugar, la tensión existente entre la UCD y los partidos de la izquierda, PSOE y PCE, que reclamaban unos “ayuntamientos democráticos” debido al retraso de las elecciones locales. Una pregunta que falta responder en nuestra historia es si los ayuntamientos fueron claves o no en este paso hacia la democracia.

Papelones panameños

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almodovarNadie le habría dicho a Pedro Almodóvar que el papel de su vida estaría en algún lugar fuera de su obra cinematográfica. Un papel con el que ha compartido escena junto a José Manuel Soria, Bertín Osborne, Pilar de Borbón, Oleguer Pujol, Micaela Domecq, Francisco Paesa, la familia Carceller, Arturo González Panero, Alberto Alcocer, Alberto Cortina, Edmundo Rodrigo, Mario Vargas Llosa, Imanol Arias, Borja Thyssen-Bornemisza, María Ruíz Picasso, Messi, Alex Crivillé y los nietísimos de Franco. Porque si algo une tanto a la izquierda crítica del faraláe, la alta burguesía y la derecha más castiza es la desconfianza en el fisco español. Entre tantas bocas que se llenan de “España” y de “¡qué malo es el PP!” se hace y se deshace por parte de estas personas que tienen en común en pertenecer al conjunto de lo “aristoi”, es decir, a nuestra aristocracia.

Es discutible en términos legales, según los expertos, la decisión personal del sujeto de guardar parte de sus ganancias e ingresos en sociedades opacas. Ahora bien, si esta acción se lleva a cabo en los denominados “paraísos fiscales” como Panamá junto con otros como las Islas Caimán, Barbados o Gibraltar, por citar algunos, se puede cuestionar en la dimensión ética. Es cierto que la moral es un ámbito intrínseco a la persona y que cada uno es libre de decidir a qué creencias, ideología política o religión se adscribe. Aunque otra cosa es hablar de ética porque aunque estemos en una época -la postmodernidad- de politeísmo ideológico debe existir un mínimo común entre ambos.

Desde hace ocho años, la sociedad en España padece una grave crisis económica y social. Una crisis a la que, visto lo visto, ni la clase política, pero tampoco la intelectual o empresarial están dispuestas a solventar. Como diría Wright Mills, cuando un sujeto accede a la élite -sea del corte que sea- se produce la pérdida de unos lazos con el resto de la sociedad. Así se observa en nuestro país donde la pérdida de la ética para con lo público y en lo público, es el rasgo distinto de nuestro élite ególatra. Lo demás. Aquello de que malo era Franco, de que si el fisco me roba, de que a las personas grandes se les pisa. La credibilidad de esos argumentos… Esas golondrinas ya no volverán.