Mes: mayo 2013
El acuerdo de Taifas
«La chica de Presidencia y un psicópata del PP», textualmente éstos son los culpables de la salida de José Chamizo del cargo de Defensor del Pueblo Andaluz, una función que ha cumplido con humildad y sacrificio en los últimos años. Hasta no hace poco, Chamizo -conocido también como el cura de los Barrios- ha sido la voz de los que no tienen voz. Las demandas de esas personas de a pie que más allá de 15 emes, comunistas de boquilla y perroflautas a sueldo de partido, no llegan a ningún sitio.
En esta nuestra suerte de plutocracia, perdón, democracia andaluza, ese bloque de izquierdas PSOE e IU se pone de acuerdo para que no gobierne la derecha y con la derecha para cargarse al Defensor del Pueblo Andaluz. Sin embargo, estos tres partidos son incapaces de llegar a un acuerdo para responder ante la sociedad a la que dicen representar. ¿El motivo? Las palabras de Chamizo denunciando el distanciamiento de la realidad política y social de la élite autonómica en general es algo mucho más grave para sus posiciones que la crisis económica. Esto demuestra que los tres se han convertido en máquinas apegadas a las ubres de la Administración autonómica.
Mientras haya crisis económica, los populares seguirán criticando que malos son esos «revolucionarios» de IU y hablando de que si Andalucía es Cuba. Los «revolucionarios» seguirán manipulando con sus medidas populistas y su capitalización de los movimientos sociales. ¡Qué malo es el capitalismo! Pero miren ustedes, nuestra política no es capitalista porque nosotros comunistas seguimos aquí sentados en estos sillones que en la próxima legislatura serán más. Y el PSOE, seguirá en su tendencia de mantener el feudo andaluz a toda costa. Y si hace falta, de forma cainita, todos nos ponemos de acuerdo para cargarnos a la voz del pueblo. Porque si en este país se ponen de acuerdo, es para cargarse a las pocas personas honradas que quedan.
Distribución de la riqueza en democracia
En la cuestión sobre economía y democracia, los teóricos de la modernidad permiten explicar la transición a una democracia en el corto plazo, es decir, cuando una dictadura se desestabiliza y se abre la posibilidad de cambiar a otro régimen. A partir de 6.000 dólares de renta per cápita se abre la posibilidad de crear una democracia. Mientras que otros trabajos, entre ellos Houle permiten ubicar el papel que la desigualdad económica juega no tanto en el corto como en el largo plazo de una democracia. En su tesis, este autor sostiene que la distribución de la renta es un tema que el Estado democrático debe tener en cuenta en sus inicios, incluso en su transición. Sin embargo, la gestión de este asunto puede afectar en contra o a favor de su futura estabilidad, o dicho de otra forma, en cuanto se refiere a su calidad democrática. De esta forma, Houle coincide con los marxistas como Miliband y Altvater en que la desigualdad es algo que preocupa a la creación del orden social por parte del Estado.
En este sentido, Houle argumenta que la desigualdad puede dañar la consolidación de la democracia, pero no se observan efectos de la misma en el corto plazo, en la democratización. Si bien, Przewosrki y Limongi vienen a decir que el desarrollo económico además de propiciar la democracia, reduce los conflictos de distribución de la riqueza, pero en el fondo, dice Houle que el anterior trabajo no explica, no da cuentas realmente, de porque la riqueza influye en la democracia.
Un aspecto importante, que si bien merece la pena discutir y que introduce Houle es el referente a la medición de la desigualdad, y por tanto de la riqueza de un país. Tradicionalmente, la economía ha usado el PIB y más tarde se ha recurrido al índice de desarrollo humano de la ONU. Entre las medidas de medición de la desigualdad, se recurre al indicador de Gini y la curva de Lorenz, pero no hay un acuerdo sobre cuáles medidas son más válidas. También, cuando se ha medido la desigualdad se ha hecho tanto con Large-N como con pequeños estudios de caso (Acemoglu and Robinson, 2006). Por lo que, sería recomendable encontrar un consenso en este aspecto.
Calidad democrática desde el normativismo
La democracia como modelo de Estado representa una de las principales preocupaciones de la actual Ciencia Política, especialmente porque desde el final de la II Guerra Mundial se han sucedido distintas oleadas de democratización en el mundo. Sin embargo, el modelo de democracia que se expande es el conocido como liberal-democracia, es decir, un Estado donde la política se basa en una suerte de liberalismo democratizado y una economía de mercado o mixta.
A esto ha contribuido especialmente la evolución del constitucionalismo al considerar que cualquier democracia debe quedar garantizada mediante la legalidad y un Estado de Derecho; y el isomorfismo institucional que permite que determinadas instituciones sean adaptadas por otras siguiendo una tendencia histórica. Por tanto, esto señala que de la misma forma que existía un desacuerdo sobre la definición y los tipos de regímenes no-democráticos, también existe una falta de consenso sobre la definición de una democracia, sus elementos y sus tipos, si los hubiere.
Cuando se ha hablado de democracia, especialmente desde la Teoría Política y el normativismo, se han asentado modelos de qué es una democracia y qué no lo es. Así, se ha hablado de democracia elitista, pluralista o participativa e igualmente, desde distintas corrientes ideológicas como la socialdemocracia y el neoliberalismo. Aún así, se produce una clara división entre ambas si lo que se defiende es el valor de la igualdad –ya sea material o legal- y la libertad del individuo. Así, como el grado en qué cada uno de ellos es ampliado y limitado. Estos desacuerdos en la Teoría Política se trasladan posteriormente al análisis empírico, de forma que, resulta difícil decir qué es una democracia y qué requisitos debe cumplir. Lo que queda eminentemente claro es que la definición de una democracia está unida directamente a unos elementos de carácter normativo que permiten medir su calidad democrática.
Cinismo popular
Hace unos años, Lakoff estaba de moda entre los expertos en campañas y en oratoria del Gobierno de Zapatero. Con la caída de los socialistas y la llegada de los populares a Moncloa se ha abierto una nueva línea retórica, consistente en sorprender a diestra y siniestra con las lógicas más absurdas y el surrealismo por bandera. Esta semana, se ha estrenado el Ministro de Interior, Fernández Díaz, para quien hay una relación entre las detenciones de los etarras y el aborto, «aunque no demasiado».
En esta nuestra enciclopedia de ejemplos oradores a no seguir tenemos a Cospedal, la señora que no hace mucho dijo que los métodos de las plataformas antideshaucios eran métodos nazis. Se le olvidó a la popular, que el régimen franquista que su partido no condenó en el Parlamento Europeo, fue un colaborador activo de Hitler y deportó a cientos de españoles a campos de concentración. También hay que poner sobre la mesa que retirar las bombonas de oxígeno de enfermos crónicos no sea quizá de nazis, pero sí de personas preocupadas por la gerontocracia. Y después, vienen a defender la vida con su nueva ley restrictiva al amparo de Gallardón. Miren, este discurso no tiene por donde cogerlo.
Entre otras tonterías varias, está el señor Wert que quiere subir las tasas universitarias mientras su hermano, docente de Historia del Arte, protesta contra las mismas. O el caso de la política de hacer aflorar el empleo irregular -colchón de muchos en esta crisis- para cuadrar las cifras de parados.
Hacer discursos para este país sórdido. Poner palabra a una feliz distopía. Los redactores del discurso oficial del PP no ganan para sustos en esta esquizofrenia danzante. Un día quieren ser ultra-católicos y otros neoliberales, otros europeístas y a ratos nacionalistas, pero ya se sabe que todo no se puede tener. Así hay ejemplos de grandes oradores como Álvarez Meana que repite un discurso en veinte videos distintos sin decir nada nuevo que no esté en un manual de gestión pública. He ahí las nuevas generaciones. Las estupideces abundan en esta pantomima de Gobierno. Ya lo dice Reverte que «si Aznar era un arrogante, Zapatero un imbécil, Rajoy es un sinvergüenza». Y así es, hemos elegido el gobierno del descrédito, el discurso de lo absurdo y de lo tiránicamente cínico.