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Tu privacidad o tu bolsa

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índiceEntre las últimas novedades del Estado, se han presentado una serie de medidas dirigidas a sanear las cuentas públicas. Una de ellas consiste en la intromisión la vida privada de las personas, a través de programas-espía en las redes sociales, aspira a obtener información verídica sobre su riqueza y su renta. El objetivo de esta actuación estrella consiste en que la Agencia Tributaria pueda corroborar que las declaraciones de la renta de los particulares se correspondan fidedignamente con la auténtica realidad para evitar el fraude fiscal. Una idea inteligente ya que Facebook cuenta actualmente con 18 millones de usuarios españoles y 4,5 millones en Twitter.

Una segunda intervención que ha pasado desapercibida ante los medios es la que exige a todas las asociaciones y entidades no lucrativas a realizar la declaración de la renta, independientemente de los ingresos y gastos que hayan generado. En un intento también por obtener información sobre los auténticos recursos que disponen estos agentes sociales. Desde posiciones individualistas, estas actuaciones suponen una clara violación de la privacidad de los particulares, aunque tengan un objetivo de mayor envergadura como mejorar la recaudación del erario público. Y es que, se consolidan unos poderes públicos que además de reducir el Estado del Bienestar, violan los derechos de los sujetos en aras de un bien mayor.

Sin embargo, es preciso recordar que el derecho a la privacidad, desarrollado por a jurisprudencia, tiene un carácter variable según si se habla de un ciudadano corriente o de un representante político. La privacidad de los políticos y otras personas con responsabilidades públicas es inferior a la del resto de españoles y españolas. Nuestra clase política en general y los populares en particular, aspiran a igualar la privacidad de todos, siendo ésta una clara injusticia fundada en base  una hipotética transparencia. Porque como ha demostrado la Lista Falciani, los auténticos defraudadores tienen nombres y apellidos y no son precisamente ciudadanos anónimos.

Letrados que no son personas

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La figura del abogado en particular, y de los juristas en general, suele ser una de las más criticadas en los medios de comunicación. Parece que adolecen de estigmas similares a los políticos como la corrupción, la defensa de criminales, la ocultación de pruebas, los fraudes fiscales y otras tantas. Pero resumir un abogado en este estereotipo sería ante todo un insulto contra los valores y los principios que la noble profesión de letrado representa.

Generalmente, los abogados y los juristas formados en el Derecho tienen dos personalidades muy características, entre otras. Por un lado, están aquellos abogados que son profesionales y son personas, y que saben que el proceso de creación de una ley no está exento de intereses, sesgos y parcialidades que de forma agregada constituyen lo que llamamos el interés general. Los que saben que las personas muchas veces están en inferioridad ante los tribunales y las partes cuando tienen que defender sus derechos. Por otro lado, existe una suerte de espécimen que cree que la ley está para cumplirla sin ninguna ambigüedad porque es resultado de un pacto tácito y ultraterreno. Y que, ellos mismos consideran ser instrumentos del sistema formados en la incapacidad de la adaptación a las circunstancias y hacer cumplir la norma de forma absoluta, aunque suponga la violación de derechos. Ellos, ángeles redentores.

El arribafirmante tiene la desgracia de conocer a una de estas criaturas, disculpen, señorita. Una funcionaria de Hacienda que accedió al cuerpo de Contadores del Estado en la colonia saharui durante los tiempos del franquismo. Fíjense ustedes. Y ahí sigue, porque hay cosas que siempre permanecen. Tanto como su actitud autoritaria y despótica que ha violado los derechos individuales las veces que haya hecho falta. Ya sea quitando puntuación a sus alumnos por tener una operación, un accidente de tráfico o por tener asuntos personales en otra ciudad y faltar a clase. Señorita, esta columna va dedicada a usted con todo mi cariño que no sé si será el mismo que usted profesa hacia mi persona. Y ya sabe, que la norma es la norma. A mandar y a cumplir.