demoscopia
Errejón asediado
La coalición de Unidos Podemos, o mejor dicho, Podemos se caracterizó por una audaz propuesta desde sus inicios. Esa singularidad estaba y está en saber explicar la realidad política española con mensajes claros, nítidos y transparentes. La joven política de la que se jactaban desde la formación naranja hasta los seguidores de las nuevas tesis de la izquierda adogmática como distinción de su marca. No obstante, una excepción hermética es el discurso creado en torno al conflicto existente en el seno del partido.
Desde hace unos meses, distintos medios de comunicación ya jugaban con un posible desacuerdo tanto ideológico como programático entre Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. Lo que se ha confirmado tras las cartas presentadas por ambos esta semana y el aviso de que si cambian los rumbos, también cambiarán las personas. La ardiente crispación y el transversalismo unificador enfrentados por el método para alcanzar un mismo fin: la confluencia de los ciudadanos. No es éste un debate nuevo en la política ni mucho menos en su vertiente más filosófica y moral. ¿Qué es preferible diría Rafael del Águila? La tensión maquiavelista constante o la suave sofisticación de la política cooperativa de Aristóteles y Arendt.
En política, el debate sobre el medio no es una cuestión baladí porque al final cualquier proyecto político tiene como objetivo lograr una mejora en las condiciones de vida de la sociedad. Más importante es aún cuando detrás existe un partido político y el fin deseado dentro de sí, es el mismo. Si la toma de decisión sobre el método descansa en cuál es el instrumento preferido por la mayoría de sus votantes, no cabe dudas al respecto. Por su parte, el flamante Iglesias propone adherirse a los postulados de Izquierda Anti-Capitalista sin haberle preguntado antes a sus militantes siquiera dónde se ubican ideológicamente si en un centro-izquierda o en un extremismo estalinista. Un análisis de las cifras demoscópicas, y Bescansa experta en el tema lo sabe, demostrará que la mayor parte de sus fieles no se encuentran entre las antípodas soviéticas, sino en otro hemisferio.
Iglesias en segunda vuelta
Nuevas elecciones. Es el diagnóstico de la incapacidad de los partidos políticos españoles. Apenas sin que hayan transcurrido cuatro meses desde la celebración del 20-D, se le pide a la ciudadanía que exprese las preferencias de la soberanía nacional. Si es que este concepto, existe en nuestro caótico y desastroso contexto político y económico. En este sentido, los partidos han comenzado una nueva campaña con menos recursos y un gasto menos austero en apariencia, que tendrá que rentabilizar los espacios públicos que ofrecen los medios de comunicación.
Desde un magacine matinal, le han preguntado a Carolina Bescansa, la experta demoscópica de Podemos, cuál es el planteamiento de la recién inaugurada contienda electoral. A lo que Bescansa ha llegado a denominar como “una segunda vuelta”. Una afirmación que seguramente no se creerá ni ella misma. En el plazo de cuatro meses, no ha habido tiempo suficiente para cambiar las preferencias de intención de voto y simpatía partidista de los electores. Si bien, habrá aumentado el hartazgo con respecto a la política, produciendo una hipotética disminución de la participació y el aumento de la abstención en junio. Por lo que, los partidos políticos que rentabilizarán sus resultados son aquellos que se benefician de los efectos abtencionistas como los populares.
En la afirmación de Bescansa si hay un significado oculto que se puede dilucidar ante la evidencia de los hechos. Es la “segunda vuelta” de Pablo Iglesias. Su segunda oportunidad para reafirmar su liderazgo político de cara a la galería y hacia adentro, mientras un paciente Errejón espera a una posible caída para retomar el relevo. Obviamente, el transversalista ha demostrado unas mayores dosis de intelecto y negociación que Iglesias, quien apuesta por el “hard power” puro y duro sin saber moldear con sofisticación y precisión los dones del “poder suave” tan preciado en esta época exigente de no digamos ya consenso, sino capacidad de pacto.