La marcha de Oliart
Un hombre íntegro y con un pasado honesto. Perteneciente al una extinta formación de centro-democrático. Ésta era la carta de presentación de Albert Oliart. Hombre de consenso entre los partidos políticos mayoritarios para encargarle la dirección de Radiotelevisión Española. Y ayer, en un único día caía por los suelos la imagen de confianza en este político de la transición al descubrirse que había intervenido activamente en la concesión de un contrato de Televisión Española a la productora de su hijo.
Culparlo de favoritismo, o de corrupto, sería poner un lunar en una mancha más grande. Una punta de iceberg ante unas puertas draconianas. Detrás de las críticas a su figura lo que se esconden son los vicios que sufre la televisión pública. Y es que, son los mismos que el ha denunciado como la falta de pluralismo, la escasa representatividad y la parcialidad que también acompañaron al mismo ente audiovisual en los últimos años del gobierno popular.
Parece que la televisión que se presume española. Al final, acaba siendo de unos pocos, y no de todos. De nada sirven esos consejos audiovisuales que los parlamentos autonómicos nos venden como control a los medios, cuando nadie controla a los diputados. ¿Cuántos ciudadanos se sienten tenidos en cuenta en los servicios informativos y la programación de TVE? Hacer esta pregunta sería inversamente proporcional a la afirmación de los ciudadanos que están satisfechos con la gestión de la crisis económica. Está demostrado que el escaso pluralismo de Urdaci permanece como fantasma entre las cámaras, aunque con colores políticos distintos.