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Macron

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macron.jpgFrancia ha experimentado recientemente un cambio en su sistema de partidos similar a España. Las fuerzas tradicionales barridas de la escena política y tan sólo dos opciones se han disputado el liderazgo presidencial en su segunda ronda, el Frente Nacional de Le Pen y En Marcha de Macron. A diferencia del sistema español, es difícil predecir aún si estos dos partidos se perpetuarán como un nuevo bipartidismo entre centro y derecha. Mientras que la izquierda, tanto socialistas como comunistas han sido relegados a otros puestos menos importantes de la escena política.

Emmanuel Macron, definido como un liberal de centro o «centrismo extremo» (palabro que los expertos en Teoría Política aún deben definir) es el nuevo cabeza del ejecutivo. Lo que ha hecho que Albert Rivera ya hubiera echado algunas palmas durante la campaña presidencial y posteriormente. Entre sus principales líneas directrices está acabar con el paro -en torno a un 10%- y que afecta especialmente a los jóvenes y retomar el papel de Francia en la Unión Europea. La que, como todos sabemos, no corre en sus mejores horas gracias a Merkel, el Brexit y la brecha económica entre los países miembros.

No es que Macron vaya a hacer que Europa sea más democrática o más unida. Sí al menos viene a poner un segundo eje tras años de ausencia del frente franco-alemán que tradicionalmente había liderado la política comunitaria. De esta forma, la respuesta a la negativa de Trump de cumplir los acuerdos de París sobre el cambio climático y las advertencias a la política exterior de Rusia sean el inicio de una nueva era en la política de la Unión. Aunque, como ya sabemos, en Europa somos muy dados a ejercitar la lengua mientras todo estalla a nuestro alrededor. El tiempo dirá.

Investidura polarizada

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investidura sanchezPedro Sánchez ha protagonizado el primer intento de investir a un Presidente del Gobierno en España, sabiendo previamente la imposibilidad de ser aceptado. Sólo el episodio que protagonizó Antonio Hernández Mancha durante su fallida moción de censura a Felipe González, guarda alguna analogía con la heroica defensa del líder socialista de su pacto con Ciudadanos. Tras una crisis financiera, un aumento de la desigualdad y una legislatura marcada por una mayoría absoluta despótica -la de Mariano Rajoy-, el debate de investidura se ha convertido en un encuentro bronco entre los distintos grupos parlamentarios, con la salvedad de Albert Rivera y Sánchez.

Rajoy e Iglesias se reconocen mutuamente. Son la antítesis mutua y los enemigos eternos. Saben que se necesitan. Populares y podemitas representan los extremos ideológicos de una sociedad que posiblemente se haya polarizado como resultado del desarrollo de la realidad social. Una clase política polarizada niega cualquier punto de partida hacia un cambio profundo que permita una mejora profunda de la situación de la ciudadanía en todos los ámbitos. Podemos defiende el cambio, pero única y exclusivamente su cambio centrado en el reparto de sillones cual ritual micheliano. O el cambio podemita o la inamovilidad popular son las opciones que Iglesias ofrece a su electorado y a los españoles. A esa patria de la que se le llena la boca, pero de la que ayer no se ha acordado entre sonrisas cómplices con el líder popular.

Se acabó la obra de teatro. Los actores se han quitado las máscaras y cada uno sabe cuál es su papel. El viernes habrá que repetir el intento en segunda vuelta para ver qué sucede. Sucederá un desenlace trágico, ya que nuestra clase política tiene la inmadurez suficiente como para no representar a su ciudadanía. Se rechaza de lleno un proyecto de centro que aúna propuestas incluso que han sido recogidas en los proyectos de la formación morada. Por tanto, la única opción que cabe a nuestra macarra clase política -especialmente la de Rajoy e Iglesias- es el extremismo partidista. Sería bello pensar que nuestra sociedad es más madura y que no nos representa. Aunque probablemente ya sea tarde. Vuelve a ser tarde para esta nuestra España cainita, revanchista y bronca que lee a Maquiavelo como quien se masturba sacrílegamente sobre un crucifijo.