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El método Grönholm

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Los niños tienen nuevos juguetes. Imberbes, van embutidos en sus trajes y levitas de marca blanca. Juegan a ser grandes directivos, afortunados pese a la adversidad de la crisis en negocios fantasmas de venta de humo. Gustan del riesgo y las emociones nuevas. Experiencias sociales que puedan saciar sus instintos carnívoros. Para ello, el puesto favorito es el de seleccionador de recursos humanos.

La figura del seleccionador de perfiles deformado por la práctica de intrusos dispone de distintas herramientas para descartar personas. Pruebas, disección de cadáveres, dinámica de disparos con pistolas al pato y una que gusta mucho llamada el método Grönholm. Una peculiar técnica que fue parodiada con acierto en la película ‘El método’ y donde se observa como en el capitalismo más salvaje afloran los instintos más primarios del ser humano: dominación, violencia psicológica y sexo.

En este método, un director desarrolla un juego de rol en que se plantea una elección a los participantes. Se avecina una catástrofe y los sujetos disponen de un refugio nuclear en el que caben todos menos uno. Deben elegir entre ellos quién se queda fuera para sacrificarse por los demás. Así, cada participante enumera una serie de motivos por los cuales es mejor que los demás, sacando su agresividad psicológica más primitiva. Y esto señores, es lo que ofrecen algunos responsables de recursos humanos, sin decirte cuál es la recompensa por entrar en el refugio, es decir, el sueldo.

La injusticia de los deshaucios

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El ruido informativo de muchos medios oculta a diario la tragedia de los deshaucios. Ahora parece que en Cataluña está de moda hablar sobre una ficticia intervención militar, sobre si Rubalcaba seguirá en la Secretaría General o si Rajoy ha sufrido un nuevo ataque de austeridad. En las últimas semanas, se han sucedido desalojos de viviendas, preferible a la palabra “deshaucio” que encierra un eufemismo bastante falso e hipócrita para la cuestión de la que se trata. Un asunto que reside básicamente en el expulsar a los habitantes de una casa por el impago debido al paro, la subida de precios y la crisis económica.

Es curiosa la legislación española. Si un grupo de personas ocupan ilegalmente una vivienda no se les puede echar porque están haciendo uso del referido derecho. Sin embargo, si una familia se adentra en la hipoteca de una casa con el procedimiento establecido y se produce un impago, las fuerzas policiales proceden a expulsarlos. Al parecer, el ciudadano que respeta la legalidad tiene mayor riesgo de ser echado de su casa, que el sujeto de turno que ocupa de forma ilegal una vivienda.

¿Cuál es la diferencia entre ambos? Claramente, que en el primer caso media una relación bancaria y en el segundo es una cuestión de seguridad. Por tanto, esto nos lleva a que ese cuento chino que enseñan últimamente los comunistas de que el capital protege la propiedad es una auténtica falsedad. Al contrario, lo que el capitalismo sí vigila no es la propiedad, porque de ser así no expulsaría al residente, ni ignoraría al ocupador, lo que bien protege son las relaciones financieras. Y es aquí el problema de nuestro sistema, toda la estructura legal que vela por los vínculos basados en el dinero ficticio y en el interés del favor prestado, siendo esta nueva mafia siciliana la que vive en nuestro mundo.