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Calidad democrática desde el normativismo
La democracia como modelo de Estado representa una de las principales preocupaciones de la actual Ciencia Política, especialmente porque desde el final de la II Guerra Mundial se han sucedido distintas oleadas de democratización en el mundo. Sin embargo, el modelo de democracia que se expande es el conocido como liberal-democracia, es decir, un Estado donde la política se basa en una suerte de liberalismo democratizado y una economía de mercado o mixta.
A esto ha contribuido especialmente la evolución del constitucionalismo al considerar que cualquier democracia debe quedar garantizada mediante la legalidad y un Estado de Derecho; y el isomorfismo institucional que permite que determinadas instituciones sean adaptadas por otras siguiendo una tendencia histórica. Por tanto, esto señala que de la misma forma que existía un desacuerdo sobre la definición y los tipos de regímenes no-democráticos, también existe una falta de consenso sobre la definición de una democracia, sus elementos y sus tipos, si los hubiere.
Cuando se ha hablado de democracia, especialmente desde la Teoría Política y el normativismo, se han asentado modelos de qué es una democracia y qué no lo es. Así, se ha hablado de democracia elitista, pluralista o participativa e igualmente, desde distintas corrientes ideológicas como la socialdemocracia y el neoliberalismo. Aún así, se produce una clara división entre ambas si lo que se defiende es el valor de la igualdad –ya sea material o legal- y la libertad del individuo. Así, como el grado en qué cada uno de ellos es ampliado y limitado. Estos desacuerdos en la Teoría Política se trasladan posteriormente al análisis empírico, de forma que, resulta difícil decir qué es una democracia y qué requisitos debe cumplir. Lo que queda eminentemente claro es que la definición de una democracia está unida directamente a unos elementos de carácter normativo que permiten medir su calidad democrática.
Razones para la transición
Puede que el crecimiento económico combinado con una serie de políticas aperturistas y redistributivas explicase el avance de los regímenes no-democráticos en el Sureste Asiático, en los llamados “tigres asiáticos”. Sin embargo, estas mismas variables no pueden ser aplicadas al reciente proceso de democratización de los países de Europa del Este, algunos de ellos recién salidos de la Guerra de los Balcanes en los noventa y diez años después convertidos en democracias liberales con una economía de mercado. Lo que les permitió en esa misma época convertirse en miembros de la Unión Europea. ¿Cómo es posible que estos países que habían abandonado un régimen socialista y habían vivido el sufrimiento de los nacionalismos se convirtiesen en poliarquías? A esta pregunta se plantea la necesidad de elaborar una nueva agenda de la investigación que tenga en cuenta los acontecimientos en el largo plazo.
La cuestión está en que los autores comparatistas deben corregir sus errores y tener en cuenta los datos micro. La simple explicación a través de variables cuantitativas y de tipo macro-económico puede empobrecer y subestimar las posibilidades que ofrece la estructura social. Por lo que, es necesario incluir estos aspectos en las futuras investigaciones para evitar la dispersión que ha existido hasta el momento.
Por otro lado, tampoco existe una teoría sobre si las evoluciones a la democracia se producen por distintas vías en el caso de los totalitarismos. De hecho, los teóricos normativos sugieren que no puede existir política alguna en aquellos regímenes que no sean democráticos y respeten la institución de la ciudadanía. Si seguimos esta lógica, podemos conectar los rasgos de los totalitarismos caracterizados por la ausencia de autonomía de la esfera política con respecto a otras y viceversa con la negación de la política realizada desde la moral política. De hecho, otros autores coinciden en que la creación de autonomía de la esfera política en relación con otras como la económica y la social puede ser un rasgo de democratización. Por lo que, una vía para la transición desde regímenes totalitarios a democracias puede pasar por un cambio institucional donde se independice la política de otros campos. Y es que esto es algo que se consigue por parte de la Administración a través de la asunción de principios (imparcialidad, eficiencia, etc.) propios del Estado de Derecho y no asociados a una determinada ideología o corriente religiosa. Así, la solución a los regímenes más extremos puede venir no necesariamente a través de la estructura social, sino mediante el acondicionamiento de las instituciones.
En resumidas cuentas, se pueden tomar en cuenta esta serie de recomendaciones y de datos que son de interés para las transiciones como objeto de estudio de la Ciencia Política. Lo que se puede resumir en una actualización de la agenda, la combinación de datos macro y micro en su análisis y el recurso a distintos enfoques que permitan conocer más detalladamente cómo avanzar hacia una democracia desde un contexto autoritario.
La Transición criticada y desconocida
La crisis económica abre margen para la duda. Permite que nuestra clase política haga tambalear los mismos cimientos del sistema. Los casos de corrupción en los tres partidos del «establishment» parecen remontarse según extrañas hipótesis hasta el mismo origen de nuestra democracia. Todo ello ha llevado a que en los últimos meses aparezcan voces entre los grupos y líderes más reaccionarios que critiquen hitos históricos como la Transición y los Pactos de la Moncloa.

Desde estos sectores, vinculados generalmente a Izquierda Unida y al 15-M se afirma que las instituciones deben ser modificadas porque fallan. Porque probablemente esta conjura conspiranoica sea la fuente de los males de España. Se equivocan gravemente quienes manifiestan esta idea que no es otra cosa que un producto de mercadotecnia política dirigido al redito electoral. Es cierto que nuestra Constitución necesita una reforma. Sin embargo, a muchos jóvenes de la izquierda extrema, véase el caso de Alberto Garzón, se les llena la boca criticando a las instituciones más básicas de nuestro sistema, sin afirmar realmente que la culpa la tiene la misma clase política y la cultura democrática de la sociedad.
Dice Josep Baqués, «que tenemos los políticos que nos merecemos». Y así es, a las generaciones de políticos nacidos en democracia se les enseña a ladrar ya sea a favor del mercado o del comunismo más puro. Pese a ello, estos jóvenes no tienen ni idea del período de la Transición. Una época donde la derecha aceptó el liberalismo democrático, donde los socialistas adoptaron la ideología de la socialdemocracia alemana y donde Carrillo renunció a la aspiración máxima del comunismo. Un momento, donde todos sacrificaron algo de su identidad, donde cedieron a la otra parte e hicieron posible la convivencia. El éxito de esa convivencia se demuestra en que España pudo superar la transición política y una crisis económica.
A Garzón y otros oportunistas, les falta el conocimiento de este período. El país no necesita ninguna suerte de comunismo ecléctico, ni de capitalismo salvaje. Aburre el discurso del reparto cuando lo que estamos perdiendo es la propiedad, nuestros hogares y lo que se debilitan son las clases media y baja. Lo que este país necesita ahora no es cambiar sus instituciones, especialmente cuando no hay capacidad para el consenso. Lo que realmente hace falta es que la clase política sea capaz de llegar a un acuerdo. El problema auténtico son unos representantes que no tienen cultura política de lo que hicieron sus antecesores y donde la memoria es selectiva. Dejen de lado los ladridos pancartistas y sean capaces de entender a los otros. De hacer un nuevo pacto por el país. Ése es el auténtico ejercicio democrático.
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