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Macron
Francia ha experimentado recientemente un cambio en su sistema de partidos similar a España. Las fuerzas tradicionales barridas de la escena política y tan sólo dos opciones se han disputado el liderazgo presidencial en su segunda ronda, el Frente Nacional de Le Pen y En Marcha de Macron. A diferencia del sistema español, es difícil predecir aún si estos dos partidos se perpetuarán como un nuevo bipartidismo entre centro y derecha. Mientras que la izquierda, tanto socialistas como comunistas han sido relegados a otros puestos menos importantes de la escena política.
Emmanuel Macron, definido como un liberal de centro o «centrismo extremo» (palabro que los expertos en Teoría Política aún deben definir) es el nuevo cabeza del ejecutivo. Lo que ha hecho que Albert Rivera ya hubiera echado algunas palmas durante la campaña presidencial y posteriormente. Entre sus principales líneas directrices está acabar con el paro -en torno a un 10%- y que afecta especialmente a los jóvenes y retomar el papel de Francia en la Unión Europea. La que, como todos sabemos, no corre en sus mejores horas gracias a Merkel, el Brexit y la brecha económica entre los países miembros.
No es que Macron vaya a hacer que Europa sea más democrática o más unida. Sí al menos viene a poner un segundo eje tras años de ausencia del frente franco-alemán que tradicionalmente había liderado la política comunitaria. De esta forma, la respuesta a la negativa de Trump de cumplir los acuerdos de París sobre el cambio climático y las advertencias a la política exterior de Rusia sean el inicio de una nueva era en la política de la Unión. Aunque, como ya sabemos, en Europa somos muy dados a ejercitar la lengua mientras todo estalla a nuestro alrededor. El tiempo dirá.
La becarización de la política
Hace unos pocos días el profesor de Historia y ex parlamentario popular, Miguel Ángel Ruiz, publicó un interesante artículo en la revista de la Fundación Cánovas sobre las juventudes en la política. De buena pluma y buen criterio nace su opinión, pues está más que capacitado para opinar al respecto. En este texto, se desprende una conclusión bastante acertada y es que las juventudes políticas tienen todavía un deber de socializar en valores y compromiso. A pesar de que esta función socializadora esté de capa caída en la mayoría de partidos modernos o «catch-all-parties» debe mantenerse como norte y no convertir a estos grupos en instrumentos al servicio del partido.
Los partidos políticos han dejado el «trabajo sucio» en manos de los más nóveles. Lo que, como señala Ruiz, va desde aplaudir hasta poner las sillas para un evento, pasando por la agenda de turno de mitines. Y es que, ciertamente los jóvenes deben cumplir con un papel aún más importante como la regeneración de las ideas y de las mismas élites. Aunque, por distintas razones y contra lo que otros opinan, las juventudes no son siempre la puerta de entrada a los incentivos selectivos -véase cargos- de la vida política. Es aquí, donde se debe transmitir el mensaje a los jóvenes que la «profesionalización» de la política, fenómeno que se produce en España desde mediados de los ochenta cuando la arena política está asentada, es un peligro y un grave daño para la calidad de la democracia.
En la democracia, lo importante es saber ser fiel a las ideas que se defienden sin caer en el dogmatismo y atender a los distintos grupos de ciudadanos cada vez con necesidades más concretas. No se puede sustituir la fidelidad por el favoritismo ni el interés general por la satisfacción de intereses corporativistas. Esto es lo que hace que los jóvenes actualmente vean la política como una actividad innoble y en algunos casos como un trampolín desde donde saltar a una vocación que se entiende como profesión. Por eso, probablemente los jóvenes de las juventudes de los dos grandes partidos son ante todo becarios que pueden ser quitados y repuestos por otros prácticamente similares y con una identidad de cartón-piedra.