injusticia
Todo queda en familia
Después de más de un año de instrucción, la sentencia para los Urdangarín-Borbón ha quedado lista para sentencia. El teatro ha quedado bordado al más puro estilo de cualquier comedia costumbrista. El marido, un picapleitos, que aprovechándose de la posición de su mujer y su suegro hizo negocios sobre papel mojado. Y ella, la inocente miembro de los Borbones donde siempre queda la excusa de la “inocencia”, ya sea producida por el retraso mental o la imbecilidad autoinflingida, para excusarse de sus acciones desde regalarle la corona a Napoleón hasta robar unos dinerillos para pagarse sus cosas en Suiza.
La sentencia no ha dejado realmente indiferente a nadie. De un lado, aquellos que consideran oportuno proceder con un empalamiento público, sin recordar los principios que sustenta nuestro ordenamiento jurídico. Todo al más puro estilo Robespierre. De otro lado, los monárquicos católicos apostólicos que creen en la inocencia de la infanta y en otras tantas cosas sustentadas sobre la fe. Craso error de ambos. Probablemente, la abnegación del juez Castro sea el más claro ejemplo de por dónde debiera haber discurrido una sentencia que tiene mucho de política y poco de judicial.
La cuestión final es que todo ha salido a pedir de boca para la familia. Se ha podido salvar la situación como otras tantas. Eso es lo importante al final. Los únicos que ganan o que no han perdido del todo son los integrantes de una institución monárquica que ha conseguido mantenerse a flote en los últimos años gracias al sano traspaso de la corona de Juan Carlos I a su hijo. Lo demás, el pueblo, sigue como siempre.
Elogio liberal, retracto popular
En estos tiempos que corren, existen modas ideológicas y aparentemente contrapuestas. En tiempos de crisis, adscribirte a una corriente de pensamiento político parece una respuesta de verdadero o falso, de permitido o prohibido, de acierto o de pecado. Ese culto politeísta del que habla Giddens en los albores de la postmodernidad, es un fantasma errante en la difícil política española. O estas con el sistema que es algo así como obedecer a Alemania y consentir la injusticia, o estas contra el sistema que representa su subversión hacia un modelo que ya se ha demostrado que es inviable en la práctica política.
Probablemente, estemos en la fase inicial de un nuevo tipo de autoritarismo o totalitarismo del siglo XXI, que aún no ha sido diagnosticado por la Ciencia Política y la Filosofía Moral. Seguramente también, una ideología permisible es la que se basa en la libertad de pensamiento liberal-democrático, una suerte de relativismo moderado y limitado por los derechos individuales. Y aquí es donde la personalidad y la individualidad de cada uno y cada una deben jugar un papel crucial.
Desde el Gobierno del PP, se está imponiendo una lógica bastante peligrosa en lo que Lakoff y Goffman llaman los “marcos”. El marco popular impone que estemos a favor de la posición predominante de los bancos, de las subidas de impuestos y recortes y de aceptar el aumento del desempleo hasta que el Estado saneé sus cuentas. Y además, aspiran a que los liberales españoles aprueben esta ideología bajo pena de herejía.
Sin lugar a dudas, un liberal-democrático no se plegará ante esta bazofia de marco, poco refinado y más aún injusto. Nadie que sea liberal puede aceptar una subida de impuestos, nadie que sea liberal puede permitir que su propiedad privada y la de sus ciudadanos sea violada por una entidad fantasma que juega con dinero invisible, nadie que sea liberal permitirá una intervención tan inútil del Estado en la economía. Y sin embargo, los populares tienen el descaro de reclamar la ideología liberal en sus estatutos, un lugar del que por ahora no ha salido.