islamismo radical
Cobardía
Las respuestas al atentado del aeropuerto de Bruselas donde se contabilizan varias decenas de víctimas mortales no se han hecho esperar. Como señala Ignacio Torreblanca, las acciones del terrorismo islámico son en letras mayúsculas contra Europa, pero la reacción europea se escribe en letra minúscula. Desde los atentados del 11M, los de la redacción de Charlie Hebdo, los atentados de París el año pasado y el reciente en Bruselas junto a otros episodios son una muestra de que el sector más radical del mundo musulmán lucha contra una entidad a la que considera monolítica y ante la que se define -pues para definirse como señala Laclau es necesario hacerlo frente a terceros- como occidental.
Cada vez que se produce un atentado, las autoridades de los Estados dudan si pulsar el botón de aumento de alerta terrorista. Lo que conlleva los consabidos riesgos para la seguridad y la pérdida económica que producen no hace falta enumerarlos. A la luz de la mayoría, son obvios y perjudiciales. La pregunta es si cada vez que se produce un atentado vamos a estar escondidos y temerosos en nuestros hogares, interrumpiendo viajes y avisando a nuestros familiares en la lejanía de que “estamos bien”. Porque si recuerdan, cuando Francia aumentó su ofensiva tras los atentados de noviembre, fueron multitud de sectores de la opinión pública los que protestaron contra dicha actuación.
En la izquierda en general y en algunos sectores de la derecha política europea, se ha instalado un doble miedo interno. El miedo a actuar con contundencia frente a objetivos que pueden ser claramente definidos y el temor a las respuestas más sensibilistas desde la opinión pública. No cabe sensibilidad contra un enemigo que está dispuesto a acabar con su propia existencia de per se a costa de dañarnos a nosotros, a Occidente. El gran problema de Occidente es que existen posturas que creen que la coacción no es el mejor medio para combatir el terrorismo islámico y el hedonismo acomodaticio que se ha instalado entre una izquierda aún seducida por el multiculturalismo que cree que se puede domesticar a los terroristas islámicos. Al respecto, no se debe olvidar que los perfiles de los nuevos terroristas son los de musulmanes de segunda y tercera generación que han conocido la democracia y las comodidades europeas, no al alcance en los países de origen de sus familias. Mano dura.
Honor y terror
El reciente asesinato de doce personas y otras por los terroristas islámicos sigue conmocionando a la sociedad europea. El Viejo Continente que hasta no hace mucho andaba perdido en la política económica de la Unión, ha detenido por un momento su trayecto en el camino de la crisis y ha respirado hondo. Las sátiras de la revista Charlie Hebdo ha provocado tres opiniones claramente definidas: “yo soy Charlie Hebdo”, “yo no soy Charlie Hebdo” y una tercera campaña de los creyentes musulmanes en contra del radicalismo.
Sea como fuere, cabe pensar por un momento, en los ataques que la revista profirió contra distintas instituciones religiosas. Véase el cristianismo, el judaísmo y el islamismo. En ese sentido, la publicación atentó contra el supuesto honor de estas estructuras religiosas y sus creyentes de forma agresiva, algunos de los cuales no están conformes con el atentado cometido. Si bien, podría haberse esperado una respuesta política o jurídica por parte de alguna de ellas. Y los únicos que han respondido, han sido los radicales islámicos. Si bien, podría haberlo realizado a través de los cauces legales previstos por el ordenamiento francés y también podría haberlo hecho cualquiera de las otras.
Desde otra óptica, cuando El Jueves ha atacado a instituciones como la monarquía también ha sufrido otra forma de terror como la censura. Si el mensajero puede dañar el honor, que lo resuelva la ley, pero nadie tiene derecho a matar al mensajero ni a eliminar el mensaje. Pues, tanto la censura de una democracia constitucional como el terror de un grupo de yihadistas son el mismo tipo de instrumento, si bien, con dosis de violencia diferenciada, pero nunca legitimidada. Porque no se puede esperar que la censura sea algo legítimo en una democracia, ni la “guerra santa” algo reconocido por la divinidad o quien sea. Sea cual fuere, no hay lugar para ninguna de las dos en un lugar que se llama democracia.
